lunes, 28 de febrero de 2011
domingo, 27 de febrero de 2011
Dolina, frases.
Algunas frases de Dolina, al final un par de links a videos.
-El amor depara dos máximas adversidades de opuesto signo: amar a quien no nos ama y ser amados por quien no podemos amar.
-Sólo existe el amor. Las otras cosas nobles apenas sirven para dignificarlo....Algunos hombres jamás lo encuentran. Para otros es apenas una estrella fugaz que ilumina un año, un mes, una semana o un día en sus vidas. Pero ese destello efímero da significado a la existencia toda. Bienaventurado el que puede sentir en su carne y en su espíritu el fuego de esa chispa.
-Cuánto más inteligente, profunda y sensible es una persona, más probabilidades tiene de cruzarse con la tristeza.-Las mujeres son la causa de todas las acciones de los hombres. Hablo porque hay mujeres escuchándome..
-No soy solo esta colección de actos cotidianos, soy esto que escribo también... por favor quiérame.
-El arte es la rebelión del hombre ante la malvada estupidez de los sucesos cotidianos.
-Las aventuras verdaderamente grandes son aquellas que mejoran el alma de quien las vive.
-Cualquier cosa es preferible a esa mediocridad eficiente, a esa miserable resignación que algunos llaman madurez.
-Las obras terminan cuando nosotros queremos. La vida, en cambio, sigue mas allá de lo bello y de lo bueno y termina en el momento menos conveniente, deshilachada, incompleta, prosaica.
-Hay para cada hombre una mujer, una sola, que reúne todas las virtudes que ese hombre sueña....Pero el destino ha decidido que nunca jamás se crucen los caminos de ningún hombre con la mujer que para él fue concebida.
-Cada mujer que pasa frente a uno sin detenerse es una historia de amor que no se concretara nunca.
-Toda alegría no es más que un olvido momentáneo de la tragedia esencial de la vida.
-El universo es una perversa inmensidad hecha de ausencia. Uno no está en casi ninguna parte.
-Siempre es recomendable recorrer la vida a contramano.
-La sorpresa constante no sorprende.
-Hijos de puta! Despierten! El arte es grande y la vida es breve. Apaguen el televisor y salgan a la calle a vivir, a vivir que nos estamos muriendo…
Una reflexión sobre los domingos y la tristeza. http://www.youtube.com/watch?v=-cuAykyCc3U
Una relación de sobreentendidos. http://www.youtube.com/watch?v=7SQu4gFFIuk&feature=related
Instrucciones para esperar el colectivo. http://www.youtube.com/watch?v=n8RtFm9ne6o&feature=related
Napoleón y Amores del Pasado. http://www.youtube.com/watch?v=kWp0eBweInA&feature=related
test para novias. http://www.youtube.com/watch?v=zVDrJFlHvoE&feature=related
sábado, 26 de febrero de 2011
No me banco.
Detesto las personas que cuando no se pueden curtir a otra empiezan a defenestrarlos (sí, esta buena, pero es re boluda y frases así...). Loco/a si no podes, aguantatela. A veces cerrar la boca es salud!
Que macanudo Doc!
Hace algunos años después de la insistencia de mi madre decidí hacerme análisis completos de orina y sangre. Suelo darle el gusto después de un tiempo.
Fui a buscar los resultados y mi ex quiso acompañarme. Ahí va la situación.
Consultorio. De un lado del escritorio el Doctor con su impecable guardapolvo blanco. Ojeaba los análisis mientras nosotros lo mirábamos. Siempre que me hago análisis tengo la paranoía de que me digan "te vas a morir", así, a secas.
Bueno, el médico levanta la vista y dice:
_Tenes una infección, Mononucleosis. Blah, blah.
_ Ajá y eso? Me voy a morir?
_No, no. Blah, blah.
(continua el diálogo sin importancia, hasta que dice...)
La mononucleosis es conocida como la enfermedad del beso. Tensión en el ambiente. Intercambios de mirada, la de mi ex sobre la mía, la mía sobre la del doc, la del doc...
Después el facultativo la quiso remar. Imposible. El ataque de celos ya tomaba dimensiones extraordinarias. Quizás ahí este la explicación de por que no me gusta demasiado ir al médico.
Fui a buscar los resultados y mi ex quiso acompañarme. Ahí va la situación.
Consultorio. De un lado del escritorio el Doctor con su impecable guardapolvo blanco. Ojeaba los análisis mientras nosotros lo mirábamos. Siempre que me hago análisis tengo la paranoía de que me digan "te vas a morir", así, a secas.
Bueno, el médico levanta la vista y dice:
_Tenes una infección, Mononucleosis. Blah, blah.
_ Ajá y eso? Me voy a morir?
_No, no. Blah, blah.
(continua el diálogo sin importancia, hasta que dice...)
La mononucleosis es conocida como la enfermedad del beso. Tensión en el ambiente. Intercambios de mirada, la de mi ex sobre la mía, la mía sobre la del doc, la del doc...
Después el facultativo la quiso remar. Imposible. El ataque de celos ya tomaba dimensiones extraordinarias. Quizás ahí este la explicación de por que no me gusta demasiado ir al médico.
Tan lejos, tan cerca.

A veces uno no cae. Pasa el tiempo y uno NO CAE. Barrera mental o no sé qué. El tema es que uno no cae.
Me queda la espina gigante de haber estado tan cerca de verlo y no. No, no se dió.
Nos juntamos con 4 o 5 amigos y ¿Qué ponemos? No, no, no. Van cayendo las negativas, hasta que una cabeza lúcida dice pone Pappo. Sí, rotundo. El punto de conección entre todos nosotros.
Creo que con los tipos así sobran las palabras o no bastan. Valga la contradicción.
Katmandu.
viernes, 25 de febrero de 2011
Poemas viajeros Nº2
Gente que corre de un lado a otro.
Una campana que suena todo el tiempo.
Los vendedores ambulantes,
las mochilas, los bolsones.
Los que se van, los que quedan,
las manos sin caras que saludan.
Los sanguches, las gaseosas,
las voces que nunca cesan en el pasillo.
Los ojos de la morocha
que intenta dormirse frente a mi.
Una campana que suena todo el tiempo.
Los vendedores ambulantes,
las mochilas, los bolsones.
Los que se van, los que quedan,
las manos sin caras que saludan.
Los sanguches, las gaseosas,
las voces que nunca cesan en el pasillo.
Los ojos de la morocha
que intenta dormirse frente a mi.
Poemas viajeros Nº1
No existe la distancia.
Quizás, ahora miramos
la misma estrella,
bebemos un mismo vino
en copas no conectadas.
Desde la confortable Maimará
te pienso, y sabes,
que no hace falta nombrarte.
Esclavo soy de tus huesos,
de tus ojos negros.
Quizás, ahora miramos
la misma estrella,
bebemos un mismo vino
en copas no conectadas.
Desde la confortable Maimará
te pienso, y sabes,
que no hace falta nombrarte.
Esclavo soy de tus huesos,
de tus ojos negros.
jueves, 24 de febrero de 2011
El precio de la inconciencia
Siempre funcioné así. Prefiero perderte por ser sincero a sostenerte a mi lado no siendo yo.
Sueños morados.
En tu mar oscuro
improvisa sin fin de piruetas
mi barquito "insistencia",
a veces azotado, otras ignorado
por tu tenso rojo mar oscuro.
La última lágrima bordó
cayó super violenta,
se clavó en mi sien y bañó
cada uno de mis sueños.
En tu posible lluvia de enero
mojo mis posibilidades por anticipado,
rompo paraguas, destruyo zaguanes
espero de cara al cielo
el aguacero de enero.
La última gota de sudor
nunca se desprendió de la frente,
el miedo a ser la secó
y sólo vive ahora en mis sueños.
improvisa sin fin de piruetas
mi barquito "insistencia",
a veces azotado, otras ignorado
por tu tenso rojo mar oscuro.
La última lágrima bordó
cayó super violenta,
se clavó en mi sien y bañó
cada uno de mis sueños.
En tu posible lluvia de enero
mojo mis posibilidades por anticipado,
rompo paraguas, destruyo zaguanes
espero de cara al cielo
el aguacero de enero.
La última gota de sudor
nunca se desprendió de la frente,
el miedo a ser la secó
y sólo vive ahora en mis sueños.
Problemas de identidad.
Hablando de mañana y trabajo, ayer volvía del mismo y como casi todo el tiempo venía pensando, veo venir a un tipo hacia mi, me repite 3 o 4 veces esto: Sos vos? Sos vos! Sos vos? Sos vos!. Lo miré y nada, seguí caminando. 15 metros después pensé: ¡Cómo sabero, señor! ¡Cómo me gustaría saberlo!
A las corridas.
Hacia años que no me levantaba con 30 minutos de anterioridad. Tomo unos amargos, escribo. Lo disfruto. Ojo! también extraño el vértigo de bañarme, lavarme los dientes, secarme, vestirme, buscar la calculadora, la birome, los anteojos y las llaves, todo en 8 minutos.
miércoles, 23 de febrero de 2011
Tristeza.
A la tristeza la siento como algo físico. Como estar tragando un edificio o el granizo cayendo sobre el parabrisas de tu 0km.
Revolviendo.
¿Qué hago abriendo y cerrando cajones de mesitas de luz? ¿Qué solución mágica busco para esta tarde blanco y negro?
Cuentos propios. La esquina maldita. (2002)
La esquina maldita.
_Pedro, no sufría a cusa de los inconvenientes típicos. Poco le afectaba el dinero o la salud. Problemas banales, decía seguido de una sonrisa irónica y una pitada al Jockey largo suave.
Su entorno lo creía un irresponsable por no responder con seriedad a estos tópicos existenciales. Esperaban una respuesta del tipo, “estoy haciéndome análisis (orina incluida) cada seis meses”, “salgo a correr todas las tardes y cosas así”. Pero a Pedro poco le importaba dejar conforme a los demás, en esa etapa de su vida ese circo de la familia había perdido sentido.
Era un asiduo lector de novelas policiales y ciertas noches de cuentos de terror -sostenía que había momentos predestinados para leer ese genero literario-, no era cuestión de sentarse en la mecedora, encender un cigarro y leer “Los hechos en el caso de Valdemar”. Hablaba de una especie de llamado, un guiño del más acá o más haya, nunca sus ojos verdes se explicaban bien. Sus gustos se inclinaban principalmente por Alan Poe y de este lado del mundo solía leer Rodolfo Walsh.
Trabajaba como empleado en una fotocopiadora tan pequeña como su baño, además de eso, su sueldo era pésimo. A pesar de eso, no podía abandonarlo. Aumenta la desocupación leía en los titulares de los matutinos. Soy un afortunado, decía y apagaba su Jockey largo suave. Salía de esa celda a las 21:00 y caminaba media cuadra siempre del lado que circulaba menos gente –más de una vez lo vi cruzar alocado hacía la vereda de enfrente cuando me vió venir apurada- hasta la garita del colectivo. Esperaba generalmente el colectivo vacío, generalmente el segundo y elegía lugar, también generalmente, en la mitad del colectivo. Digo generalmente por que desde que comencé mi tarea de seguimiento hubo dos variantes en sus movimientos casi perfectos. Una vez subió al primer colectivo y viajó parado y en la otra oportunidad esperó el segundo pero se sentó en la parte trasera. Descendía del colectivo y caminaba dos cuadras hasta su casa. Siempre rápidamente. Lo cual me obligaba a acelerar mi ritmo.
Vivía solo, creo. Ya que siempre abría la puerta con sus llaves –las cuales sacaba cincuenta metros antes de llegar a su domicilio- ingresaba y antes de cerrar abruptamente la puerta observaba hacia la calle. Jamás vi a nadie ingresar o salir de su casa. Es eso lo que me da la certeza de su soledad.
_Solo sentía ese miedo invadiendo mi cuerpo, ah, y esas voces, ¡Dios mío!, esas voces cada vez más cerca. O esa voz, por qué no podía decir con claridad cuantas eran. Tal vez muchas mezclándose entre ellas o sólo una cambiando de tono y volumen, dependiendo de la distancia. Realmente la representación que brindaban era sumamente terrorífica. Propia de una vieja película, no de la realidad.
Esto no me sucedía todo el tiempo y tampoco en todos los sitios. Solo bastaba abrir la puerta, lo suficiente para que pasara mi cuerpo, pararme de espaldas a ella por algunos segundos y todo comenzaba a suceder, a tomar forma y ruido y todo. Era difícil de explicarlo, hasta de comprenderlo, pero cuando sucedía no podía no arrojar mi cuerpo hacía el calor de mi casa en un único movimiento, cerraba la puerta con llave y corría hacía el baño. Ahí, lejos de esos horribles sonidos fumaba, escondido de todos fumaba. Después de unos cuantos minutos algo más tranquilo volvía a mis tareas domesticas. Por distracción más que por responsabilidad. Y tal vez recién en mis sueños recuperaba la paz. O mejor dicho, conseguía el olvido.
No hacía demasiado tiempo que sucedía. Sería una gran complicación para mí determinar con exactitud cuando empezó, pero no hace más de tres semanas y sólo por la noche –de ese detalle estoy completamente seguro-. Siempre era igual. Los ladridos lejanos, indefensos, cotidianos. Luego empezaban a acercarse, cada vez más veloces. La ráfaga de viento y la sombra que parece dibujarse, tímida, en la calle.
Cabe aclarar que mi casa es la de la esquina y la puerta se encuentra a tan solo siete metros mas o menos de ella y en diagonal de la otra esquina. Desde la puerta solo veía la calle que cruzaba por delante de mi casa y las casas de los vecinos de enfrente. Veía unos cien metros aproximadamente hacia mi izquierda –en dirección hacía la esquina ya mencionada- y unos ciento cincuenta o doscientos metros a la derecha, hacía el lado de la gran avenida.
Los sonidos que emitían esas voces provenían de la esquina, justo de la que se encontraba a siete metros de la puerta de mi casa. Rara vez las voces llegaban de la esquina de enfrente –la más alejada- o del lado de la avenida. En el caso de la sombra, ésta tenía una orientación establecida y jamás la vi variar sus movimientos- Venía por la calle, siempre desde mi derecha para pasar –supongo- lentamente por delante de mi casa.
Lo raro de este hecho es que nunca la voz y la sombra provenían del mismo sitio. Algo que me había desorientado totalmente al descubrirlo. Además el descubrimiento hizo que desechara varías hipótesis, como la de un borracho o un sicótico por ejemplo.
Intente centenares de veces, después de haber ingresado corriendo a casa observar por la ventana del living a esa figura, pero fue en vano. Se desvanecía a penas yo cruzaba el límite que divide mi casa de la vereda, o al menos eso creo. Otra opción podía ser que en el tiempo que yo demoraba en entrar, cerrar la puerta y llegar a la ventana del living, ella-la sombra- pasara por delante de casa y cuando yo mirara ya se encontraba fuera del alcance de mi vista. Estas posibilidades solo quedan como posibilidades, no como afirmaciones, ya que jamás volví a la calle después de verla -obviamente volvía a la calle al otro día para dirigirme al trabajo- por lo cual no puedo comprobar con certeza cual es la realidad.
_Creía que Pedro se encontraba en serios problemas. Por eso lo observaba y no estoy queriendo justificar mi actitud, ya que no encuentro nada malo en ella.
Más de una vez lo vi atropellarse con la puerta e ingresar como loco a su casa. Era raro eso en el, ya que parecía un tipo normal. Tal vez lo único misterioso era su soledad -cuanta pena me daba verlo así- su poco trato con los vecinos, hola y chau y su encierro casi permanente.
Solía consolarme con que era un tipo antisocial, tal vez un escritor o un estudioso, que ocupaba todo su tiempo en los libros o en los cálculos. Eso creí hasta estos últimos días en que lo vi salir de su casa, mover la cabeza hacia ambos lados y unos minutos después correr puertas adentro. Su actitud fue propia de un paranoico y juro que sentí miedo y pensé seriamente en no volver a seguirlo. Pero no pude.
El no dejaba de parecerme un tipo interesante. Su caminar, su cuidado, el aprontar su llave metros antes de su casa. Sacar la basura en horario y ese tipo de cosas. Esas, que ya escasean en los hombres. Pero lo que había empezado en mirar se había convertido en observar –soy conciente de ello aunque duela- y hay un gran paso entre esas dos acciones. Nunca lo había visto caminar de noche por el barrio, solo de tarde y siempre en dirección hacia donde tomaba el colectivo. Su rutina, ir y venir al trabajo. Más, no.
Alguna vez pensé, al saludarlo, en comenzar alguna conversación, claro, con alguna pregunta tonta o algo por el estilo, pero sus ojos no me lo permitieron. Lo poco que sabía de el lo sabía por los comentarios poco creíbles de los vecinos. Sabrán ahora comprender –y perdonar- que los datos que di antes, tan llenos de certezas son simplemente rumores.
Más de una vez al caminar por la calle lo vi refugiarse en su casa como si realmente el holocausto hubiese llegado. Siempre pensé en que no quería verme y por eso escapaba. Entonces daba la vuelta y volvía a mi origen.
Así sucedió y sigue sucediendo.
Pero hoy pondré fin a esta ridícula situación, necesito hablar con el, romper esa esfera llamada vergüenza. Esa que jamás dejó que haga algo trascendente en esta vida.
El reloj daba las diez y diez, la noche estaba calma, como cualquier otra noche de otoño. Salí de casa mentalizada, planificando una conversación para no fracasar esta vez, imagine como respondería Pedro -sus ojos llenos de fuego, ablandándose al oír mis palabras- Me vi con el, en su living, un lugar con grandes bibliotecas y escasa luz, los dos bebiendo café al coñac sentados en su sofá.
Tal vez por imaginar todo eso no seguí mi camino habitual, aunque pensándolo bien lo hice concientemente, ya que por donde suelo ir está atestado de perros y al verme pasar ladran descontroladamente. Pensé que al llegar en silencio y doblar en la esquina, encontraría a Pedro, tranquilo, fuera de su casa, con el Jockey largo suave entre sus labios.
Pero fallé en mi decisión, definitivamente no fue una buena idea.
Ahora entiendo las reacciones de Pedro. ¡Que gran error Dios mío!, ya no puedo escapar, ya no puedo hablar con el, es demasiado tarde.
_Hoy fue superior a las demás noches. Salí como siempre a la vereda y encendí un cigarrillo. Reinaba una paz de cementerio en el aire, los perros no aullaban como antes, y tal vez fue eso lo que me tranquilizo, o quizás no.
Pité fuertemente, en el mismo segundo en que la punta del cigarrillo quedaba de un naranja asombroso, escuché el sonido más horrible de mi vida, y no eran esas voces. Ya no eran esas voces atroces, de antes. Un grito seco de dolor, y acto seguido los perros. Arrojé el cigarrillo y empuje con todas mis fuerzas la puerta, cerré con llave y esta vez corrí hacia la ventana del living. Silencio, absoluto silencio nuevamente. Hasta los perros habían callado sus quejas. De repente volví a escuchar esas voces, tan horrendas como siempre pero esta vez distinguí más de tres tonos, estaba seguro, y ahora como que cantaban y batían sus palmas, creando así un ritmo de danza diabólica, la cual creo haber escuchado en otro sitio. Sentí como se alejaban, felices, se alejaban. Cada vez más tenue el canto, así hasta desaparecer. Y fue en ese preciso momento donde supe que ya nada podía pasarme. Se habían ido, esas voces se habían escapado de aquí.
Ahora podría visitar sin riesgos a la mujer de la vuelta, y vaya uno a saber, quizás hasta podía invitarla a beber una copa de café al coñac, en el living y con la luz baja, por supuesto.
La esquina maldita. (El periodismo)
Diario local. 12 de Agosto de 2004.
Policiales.
Asesinaron a una mujer a puñaladas.
Aproximadamente a las 23:00 horas fue hallada sin vida una mujer de 26 años de edad aproximadamente, en la ciudad de Paraná. El suceso tuvo lugar en la esquina de Lechiguanas y Bartolomé Zapata.
El aviso fue dado por una vecina de dicha zona que se comunicó con la policía ya que adujo extraños movimientos.
Al llegar la policía al sitio encontró el cuerpo sin vida de la joven. Según fuentes confiables la mujer había sido asesinada tras varías puñaladas a la altura del abdomen.
La policía le comunicó a nuestro diario que no encontraron rastros del asesino y tampoco hubo testigos.
Revista Cinacro. 12 de Agosto de 2004
¿Sectas en Paraná?
Llegué al lugar del hecho minutos después que la policía. Lo primero con lo que mi vista topó fue con la escena del crimen. En otro momento u otro asesinato hubiera llamado mi atención el gran despliegue de la policía –había que detenerse a contar para saber cuantos móviles había-, la ausencia de curiosos, ya que estos miraban desde sus puertas -los más arriesgados- y los percatados desde sus ventanas. Se respiraba una especie de fobia. El aire era denso y las caras de los oficiales no disimulaban el temor.
Juro que jamás cubrí algún caso así. Y lo mismo parecía pasarles a mis colegas arrinconados tras un auto de la policía, azorados, sin atreverse a preguntar nada.
El reloj marcaba las 00:30. La ciudad de Paraná despertaría con una trágica noticia. Una mujer de tan solo 21 años hallada sin vida, violada y golpeada en un tranquilo barrio de la ciudad.
La habían matado en la primera puñalada, ya que fue certera y directamente al corazón, pero había marcas en su cuerpo que demostraban más de dos cuchillos. Por lo cual tomarían vida dos hipótesis. La primera y más admisible, fueron más de dos personas la que la atacaron. Y la segunda, que quien la haya atacado uso más de dos cuchillos para crear pistas falsas y desviar la investigación.
Lo cierto es que la victima recibió setenta y siete puñaladas en su pecho en no más de un minuto y medio. Después de muerta fue violentamente golpeada en la cabeza y por último para concluir un acto de vulgaridad y decadencia humana fue violada. No contentos con eso –se dice- que el o los asesinos se fueron cantando y rezando.
Con respecto al sospechoso o los sospechosos nada se sabe. Se habla de una secta satánica que no pertenece a la ciudad, la cual estaba de retiro espiritual en Paraná. Otros afirman y culpan directamente a una banda de darks, que lleva el nombre de “infierno eterno”. Y por último se llego a hablar de un vecino del barrio, el cual sufre de trastornos psicológicos graves. Se dice que se lo vio ingresar a u su propiedad a la hora del crimen con desesperación y a gran velocidad.
Un crimen más. Uno más a la lista. Y decían que Paraná era tranquilo...
_Pedro, no sufría a cusa de los inconvenientes típicos. Poco le afectaba el dinero o la salud. Problemas banales, decía seguido de una sonrisa irónica y una pitada al Jockey largo suave.
Su entorno lo creía un irresponsable por no responder con seriedad a estos tópicos existenciales. Esperaban una respuesta del tipo, “estoy haciéndome análisis (orina incluida) cada seis meses”, “salgo a correr todas las tardes y cosas así”. Pero a Pedro poco le importaba dejar conforme a los demás, en esa etapa de su vida ese circo de la familia había perdido sentido.
Era un asiduo lector de novelas policiales y ciertas noches de cuentos de terror -sostenía que había momentos predestinados para leer ese genero literario-, no era cuestión de sentarse en la mecedora, encender un cigarro y leer “Los hechos en el caso de Valdemar”. Hablaba de una especie de llamado, un guiño del más acá o más haya, nunca sus ojos verdes se explicaban bien. Sus gustos se inclinaban principalmente por Alan Poe y de este lado del mundo solía leer Rodolfo Walsh.
Trabajaba como empleado en una fotocopiadora tan pequeña como su baño, además de eso, su sueldo era pésimo. A pesar de eso, no podía abandonarlo. Aumenta la desocupación leía en los titulares de los matutinos. Soy un afortunado, decía y apagaba su Jockey largo suave. Salía de esa celda a las 21:00 y caminaba media cuadra siempre del lado que circulaba menos gente –más de una vez lo vi cruzar alocado hacía la vereda de enfrente cuando me vió venir apurada- hasta la garita del colectivo. Esperaba generalmente el colectivo vacío, generalmente el segundo y elegía lugar, también generalmente, en la mitad del colectivo. Digo generalmente por que desde que comencé mi tarea de seguimiento hubo dos variantes en sus movimientos casi perfectos. Una vez subió al primer colectivo y viajó parado y en la otra oportunidad esperó el segundo pero se sentó en la parte trasera. Descendía del colectivo y caminaba dos cuadras hasta su casa. Siempre rápidamente. Lo cual me obligaba a acelerar mi ritmo.
Vivía solo, creo. Ya que siempre abría la puerta con sus llaves –las cuales sacaba cincuenta metros antes de llegar a su domicilio- ingresaba y antes de cerrar abruptamente la puerta observaba hacia la calle. Jamás vi a nadie ingresar o salir de su casa. Es eso lo que me da la certeza de su soledad.
_Solo sentía ese miedo invadiendo mi cuerpo, ah, y esas voces, ¡Dios mío!, esas voces cada vez más cerca. O esa voz, por qué no podía decir con claridad cuantas eran. Tal vez muchas mezclándose entre ellas o sólo una cambiando de tono y volumen, dependiendo de la distancia. Realmente la representación que brindaban era sumamente terrorífica. Propia de una vieja película, no de la realidad.
Esto no me sucedía todo el tiempo y tampoco en todos los sitios. Solo bastaba abrir la puerta, lo suficiente para que pasara mi cuerpo, pararme de espaldas a ella por algunos segundos y todo comenzaba a suceder, a tomar forma y ruido y todo. Era difícil de explicarlo, hasta de comprenderlo, pero cuando sucedía no podía no arrojar mi cuerpo hacía el calor de mi casa en un único movimiento, cerraba la puerta con llave y corría hacía el baño. Ahí, lejos de esos horribles sonidos fumaba, escondido de todos fumaba. Después de unos cuantos minutos algo más tranquilo volvía a mis tareas domesticas. Por distracción más que por responsabilidad. Y tal vez recién en mis sueños recuperaba la paz. O mejor dicho, conseguía el olvido.
No hacía demasiado tiempo que sucedía. Sería una gran complicación para mí determinar con exactitud cuando empezó, pero no hace más de tres semanas y sólo por la noche –de ese detalle estoy completamente seguro-. Siempre era igual. Los ladridos lejanos, indefensos, cotidianos. Luego empezaban a acercarse, cada vez más veloces. La ráfaga de viento y la sombra que parece dibujarse, tímida, en la calle.
Cabe aclarar que mi casa es la de la esquina y la puerta se encuentra a tan solo siete metros mas o menos de ella y en diagonal de la otra esquina. Desde la puerta solo veía la calle que cruzaba por delante de mi casa y las casas de los vecinos de enfrente. Veía unos cien metros aproximadamente hacia mi izquierda –en dirección hacía la esquina ya mencionada- y unos ciento cincuenta o doscientos metros a la derecha, hacía el lado de la gran avenida.
Los sonidos que emitían esas voces provenían de la esquina, justo de la que se encontraba a siete metros de la puerta de mi casa. Rara vez las voces llegaban de la esquina de enfrente –la más alejada- o del lado de la avenida. En el caso de la sombra, ésta tenía una orientación establecida y jamás la vi variar sus movimientos- Venía por la calle, siempre desde mi derecha para pasar –supongo- lentamente por delante de mi casa.
Lo raro de este hecho es que nunca la voz y la sombra provenían del mismo sitio. Algo que me había desorientado totalmente al descubrirlo. Además el descubrimiento hizo que desechara varías hipótesis, como la de un borracho o un sicótico por ejemplo.
Intente centenares de veces, después de haber ingresado corriendo a casa observar por la ventana del living a esa figura, pero fue en vano. Se desvanecía a penas yo cruzaba el límite que divide mi casa de la vereda, o al menos eso creo. Otra opción podía ser que en el tiempo que yo demoraba en entrar, cerrar la puerta y llegar a la ventana del living, ella-la sombra- pasara por delante de casa y cuando yo mirara ya se encontraba fuera del alcance de mi vista. Estas posibilidades solo quedan como posibilidades, no como afirmaciones, ya que jamás volví a la calle después de verla -obviamente volvía a la calle al otro día para dirigirme al trabajo- por lo cual no puedo comprobar con certeza cual es la realidad.
_Creía que Pedro se encontraba en serios problemas. Por eso lo observaba y no estoy queriendo justificar mi actitud, ya que no encuentro nada malo en ella.
Más de una vez lo vi atropellarse con la puerta e ingresar como loco a su casa. Era raro eso en el, ya que parecía un tipo normal. Tal vez lo único misterioso era su soledad -cuanta pena me daba verlo así- su poco trato con los vecinos, hola y chau y su encierro casi permanente.
Solía consolarme con que era un tipo antisocial, tal vez un escritor o un estudioso, que ocupaba todo su tiempo en los libros o en los cálculos. Eso creí hasta estos últimos días en que lo vi salir de su casa, mover la cabeza hacia ambos lados y unos minutos después correr puertas adentro. Su actitud fue propia de un paranoico y juro que sentí miedo y pensé seriamente en no volver a seguirlo. Pero no pude.
El no dejaba de parecerme un tipo interesante. Su caminar, su cuidado, el aprontar su llave metros antes de su casa. Sacar la basura en horario y ese tipo de cosas. Esas, que ya escasean en los hombres. Pero lo que había empezado en mirar se había convertido en observar –soy conciente de ello aunque duela- y hay un gran paso entre esas dos acciones. Nunca lo había visto caminar de noche por el barrio, solo de tarde y siempre en dirección hacia donde tomaba el colectivo. Su rutina, ir y venir al trabajo. Más, no.
Alguna vez pensé, al saludarlo, en comenzar alguna conversación, claro, con alguna pregunta tonta o algo por el estilo, pero sus ojos no me lo permitieron. Lo poco que sabía de el lo sabía por los comentarios poco creíbles de los vecinos. Sabrán ahora comprender –y perdonar- que los datos que di antes, tan llenos de certezas son simplemente rumores.
Más de una vez al caminar por la calle lo vi refugiarse en su casa como si realmente el holocausto hubiese llegado. Siempre pensé en que no quería verme y por eso escapaba. Entonces daba la vuelta y volvía a mi origen.
Así sucedió y sigue sucediendo.
Pero hoy pondré fin a esta ridícula situación, necesito hablar con el, romper esa esfera llamada vergüenza. Esa que jamás dejó que haga algo trascendente en esta vida.
El reloj daba las diez y diez, la noche estaba calma, como cualquier otra noche de otoño. Salí de casa mentalizada, planificando una conversación para no fracasar esta vez, imagine como respondería Pedro -sus ojos llenos de fuego, ablandándose al oír mis palabras- Me vi con el, en su living, un lugar con grandes bibliotecas y escasa luz, los dos bebiendo café al coñac sentados en su sofá.
Tal vez por imaginar todo eso no seguí mi camino habitual, aunque pensándolo bien lo hice concientemente, ya que por donde suelo ir está atestado de perros y al verme pasar ladran descontroladamente. Pensé que al llegar en silencio y doblar en la esquina, encontraría a Pedro, tranquilo, fuera de su casa, con el Jockey largo suave entre sus labios.
Pero fallé en mi decisión, definitivamente no fue una buena idea.
Ahora entiendo las reacciones de Pedro. ¡Que gran error Dios mío!, ya no puedo escapar, ya no puedo hablar con el, es demasiado tarde.
_Hoy fue superior a las demás noches. Salí como siempre a la vereda y encendí un cigarrillo. Reinaba una paz de cementerio en el aire, los perros no aullaban como antes, y tal vez fue eso lo que me tranquilizo, o quizás no.
Pité fuertemente, en el mismo segundo en que la punta del cigarrillo quedaba de un naranja asombroso, escuché el sonido más horrible de mi vida, y no eran esas voces. Ya no eran esas voces atroces, de antes. Un grito seco de dolor, y acto seguido los perros. Arrojé el cigarrillo y empuje con todas mis fuerzas la puerta, cerré con llave y esta vez corrí hacia la ventana del living. Silencio, absoluto silencio nuevamente. Hasta los perros habían callado sus quejas. De repente volví a escuchar esas voces, tan horrendas como siempre pero esta vez distinguí más de tres tonos, estaba seguro, y ahora como que cantaban y batían sus palmas, creando así un ritmo de danza diabólica, la cual creo haber escuchado en otro sitio. Sentí como se alejaban, felices, se alejaban. Cada vez más tenue el canto, así hasta desaparecer. Y fue en ese preciso momento donde supe que ya nada podía pasarme. Se habían ido, esas voces se habían escapado de aquí.
Ahora podría visitar sin riesgos a la mujer de la vuelta, y vaya uno a saber, quizás hasta podía invitarla a beber una copa de café al coñac, en el living y con la luz baja, por supuesto.
La esquina maldita. (El periodismo)
Diario local. 12 de Agosto de 2004.
Policiales.
Asesinaron a una mujer a puñaladas.
Aproximadamente a las 23:00 horas fue hallada sin vida una mujer de 26 años de edad aproximadamente, en la ciudad de Paraná. El suceso tuvo lugar en la esquina de Lechiguanas y Bartolomé Zapata.
El aviso fue dado por una vecina de dicha zona que se comunicó con la policía ya que adujo extraños movimientos.
Al llegar la policía al sitio encontró el cuerpo sin vida de la joven. Según fuentes confiables la mujer había sido asesinada tras varías puñaladas a la altura del abdomen.
La policía le comunicó a nuestro diario que no encontraron rastros del asesino y tampoco hubo testigos.
Revista Cinacro. 12 de Agosto de 2004
¿Sectas en Paraná?
Llegué al lugar del hecho minutos después que la policía. Lo primero con lo que mi vista topó fue con la escena del crimen. En otro momento u otro asesinato hubiera llamado mi atención el gran despliegue de la policía –había que detenerse a contar para saber cuantos móviles había-, la ausencia de curiosos, ya que estos miraban desde sus puertas -los más arriesgados- y los percatados desde sus ventanas. Se respiraba una especie de fobia. El aire era denso y las caras de los oficiales no disimulaban el temor.
Juro que jamás cubrí algún caso así. Y lo mismo parecía pasarles a mis colegas arrinconados tras un auto de la policía, azorados, sin atreverse a preguntar nada.
El reloj marcaba las 00:30. La ciudad de Paraná despertaría con una trágica noticia. Una mujer de tan solo 21 años hallada sin vida, violada y golpeada en un tranquilo barrio de la ciudad.
La habían matado en la primera puñalada, ya que fue certera y directamente al corazón, pero había marcas en su cuerpo que demostraban más de dos cuchillos. Por lo cual tomarían vida dos hipótesis. La primera y más admisible, fueron más de dos personas la que la atacaron. Y la segunda, que quien la haya atacado uso más de dos cuchillos para crear pistas falsas y desviar la investigación.
Lo cierto es que la victima recibió setenta y siete puñaladas en su pecho en no más de un minuto y medio. Después de muerta fue violentamente golpeada en la cabeza y por último para concluir un acto de vulgaridad y decadencia humana fue violada. No contentos con eso –se dice- que el o los asesinos se fueron cantando y rezando.
Con respecto al sospechoso o los sospechosos nada se sabe. Se habla de una secta satánica que no pertenece a la ciudad, la cual estaba de retiro espiritual en Paraná. Otros afirman y culpan directamente a una banda de darks, que lleva el nombre de “infierno eterno”. Y por último se llego a hablar de un vecino del barrio, el cual sufre de trastornos psicológicos graves. Se dice que se lo vio ingresar a u su propiedad a la hora del crimen con desesperación y a gran velocidad.
Un crimen más. Uno más a la lista. Y decían que Paraná era tranquilo...
Ojeras.
Llamado a la solidaridad.
¿Alguien conoce alguna escuelita donde le enseñen a uno, ser ignorante si los hay, cómo sentir? Por que como diría mi abuelo, no doy pie con bola.
lunes, 21 de febrero de 2011
Tercer arco. Los Piojos.

Un disco grabado con el torso desnudo.
Año 96. Tercer disco de Los Piojos. Primero que escucho de ellos. Eramos chicos y con un amigo escuchábamos música como los viajantes sin brújulas deciden itinerarios. Una y otra vez sonó. Una y otra vez miramos el arte de tapa, asombrados.
Arranca con la desenfrenada Esquina libertad, candombera, furiosa, como cantada con el torso desnudo. La armónica de Ciro en Taxi boy, "y vos decís que no queres pero por debajo escucho duda". El farolito y lo que vendrá después, éxito masivo, no tocarla en recitales, hacerla reggae y demás. Shup - Shup y el doble sentido al palo. Guitarra y bata, en la que es quizás la más rockera del disco. Al atardecer desde el comienzo se convirtió en mi preferida, por título primero, luego por Ciro y su voz melanco, la percusión ganando lugar, la letra desatándose. Que decís y su estribillo pegadiso. Dont say tomorrow combinación perfecta entre lo bailantero, el ingles y el delirio en si. Con Todo pasa sucede algo similar -hoy, a la distancia- que con El farolito, tanto rodar y rodar en la radio... Sin dudas otra vez una gran letra y todo ese clima creado por la voz de Ciro. De Maradó poco se puede agregar, otra cantada desaforadamente. Himno. Gris, pura nostalgia, hermoso tango. Después del bandoneón llega la aceleradisima Muevelo y los gritos de "Yo te digo negra, que lo vamo´a hacer". Para finalizar Verano del 92. Tercer caso en Tercer Arco de un tema - hit. Recontra gastado en discotecas y demás.
Así pasa un disco que corre al palo y sólo con un tapa rabos. Tristeza candombera.
Lista de temas.
Esquina Libertad http://www.youtube.com/watch?v=MVdu2rTI1Xs
Taxi boy
El farolito
Shup - shup http://www.youtube.com/watch?v=UJ_zWqOjnPI
Al atardecer http://www.youtube.com/watch?v=F5ltIfIpCNE
Qué decís
Don't say tomorrow
Todo pasa
Intro Maradó
Maradó
Gris http://www.youtube.com/watch?v=A4B8MS266zg
Muévelo http://www.youtube.com/watch?v=-fjX2LqPM1A
Verano del '92 http://www.youtube.com/watch?v=KlOlAvxnFMg
Gris. Los piojos. Tercer arco. 1996.
Link: http://www.youtube.com/watch?v=A4B8MS266zg
Gris.
Cuando no alcanza el amor que ofrecés
Y peleás una causa perdida
El amor se transforma en herida
Que no cierra,
y que no deja ver
Y ceder en la apuesta es tan duro
Sin apuro y sin pausa empezás a perder
Gris,
el cielo de tus ojos
Gris,
del cielo dos despojos
Luz que enciende mi desvelo
En la noche sin consuelo
Tu boca tras un velo,
en esta noche...
Gris,
autos en la neblina
Gris,
mi sombra que camina
Vas,
cayendo en la tristeza
Más honda y más espesa
El techo de tu pieza
En esta noche... gris
Qué iluso que fui
Y cómo olvidarte
Hoy tengo tus penas
Y un tango tan gris
Hoy solo queda un recuerdo
En mi corazón lerdo
Y en este tango gris
Que iluso que fui,
solo por amarte
Creí que podía ser tu dueño así
Gris
el cielo de tus ojos
gris.
Gris.
Cuando no alcanza el amor que ofrecés
Y peleás una causa perdida
El amor se transforma en herida
Que no cierra,
y que no deja ver
Y ceder en la apuesta es tan duro
Sin apuro y sin pausa empezás a perder
Gris,
el cielo de tus ojos
Gris,
del cielo dos despojos
Luz que enciende mi desvelo
En la noche sin consuelo
Tu boca tras un velo,
en esta noche...
Gris,
autos en la neblina
Gris,
mi sombra que camina
Vas,
cayendo en la tristeza
Más honda y más espesa
El techo de tu pieza
En esta noche... gris
Qué iluso que fui
Y cómo olvidarte
Hoy tengo tus penas
Y un tango tan gris
Hoy solo queda un recuerdo
En mi corazón lerdo
Y en este tango gris
Que iluso que fui,
solo por amarte
Creí que podía ser tu dueño así
Gris
el cielo de tus ojos
gris.
Charles Bukowski. Poemas.

El viejo apareció de casualidad. Jamás había oído su nombre ni visto sus ojos. En una librería ojeaba libros al azar, los tomaba, abría el libro -generalmente a la mitad- y leía. Un título, dos o tres oraciones. Asi iba descartando. Hasta que en mis manos cayó una antología, seguí el ritual y leí como ser un gran escritor.
Lo mastiqué, lo escupí, lo vomité, lo sufrí, lo eyaculé en el colectivo de vuelta a casa.
Quizás un adelantado para su época, quizás un viejo borracho y sexópata, quizás un poeta maldito. No sé, que se yo. Sólo sé que la tristeza con Bukowski es más tristeza. Pero sangre, sudor, mierda y muerte.
Confesión
Esperando la muerte
Como un gato
Que va a saltar sobre
La cama
Me da tanta pena
Mi mujer
Ella verá este
Cuerpo
Blanco
Rígido
Lo zarandeará una vez y luego
Quizás
Otra:
Hank!
Hank no
Responderá.
No es mi muerte lo que
Me preocupa,
es mi mujer
Que se quedará con este
Montón de
Nada.
Quiero que
Sepa
Sin embargo
Que todas las noches
Que he dormido a su lado
Incluso las discusiones
Más inútiles
Siempre fueron
Algo espléndido
Y esas difíciles
Palabras
Que siempre temí
Decir
Pueden decirse
Ahora:
Te amo.
Vivir de cubos de basura
El viento sopla fuerte esta noche
Y es viento frío
Y pienso en los chicos
De la calle.
Espero que algunos tengan
Una botella de tinto.
Cuando estás en la calle
Es cuando te das cuenta de que
Todo
Tiene dueño
Y de que hay cerrojos en
Todo.
Así es como funciona la democracia:
Coges lo que puedes,
Intentas conservarlo
Y añadir algo
Si es posible.
Así es también como funciona
La dictadura
Sólo que una esclaviza
Y la otra destruye a sus
Desheredados.
Nosotros simplemente nos olvidamos
De los nuestros.
En cualquier caso
Es un viento
Fuerte Y frío.
Acto creativo
Por el huevo roto en el suelo
Por el 5 de julio
Por el pez en la pecera
Por el viejo de la habitación nº 9
Por el gato sobre el muro
Por ti mismo
No por la fama
Ni por el dinero
Tienes que seguir luchando
Cuanto te haces viejo
Disminuye el atractivo
Es más fácil cuando se es joven
Cualquiera puede alcanzar
Las alturas alguna que otra vez
La clave consiste en
Resistir
Cualquier cosa que sirva
Para que
Esta vida siga bailando
Frente a Doña Muerte.
Ya me han contado hasta ocho
Desde mi cama
Observo 3 pájaros en un cable de teléfono.
Uno se va
Volando
Luego Otro.
Queda uno,
Luego
También él
Se va.
Mi máquina de escribir está
Silenciosa como un sepulcro.
Y yo me he quedado
Reducido a observar
Pájaros.
Simplemente he pensado
Que te lo debía
Contar
Cabrón.
El rostro de un candidato político en una valla publicitaria
Ahí está:
No demasiadas resacas
No demasiadas peleas con mujeres
No demasiados neumáticos desinflados
Nunca pensó en el suicidio
No más de tres dolores de muelas
Nunca se saltó una comida
Nunca estuvo encarcelado
Nunca estuvo enamorado
7 pares de zapatos
un hijo en la universidad
un coche que no tiene más que un año
pólizas de seguros
un césped muy verde
cubos de basura con tapa hermética
seguro que le eligen.
Todo
" Los muertos no necesitan
aspirina o
tristeza
supongo.
pero quizás necesitan lluvia.
zapatos no
pero un lugar donde caminar.
cigarrillos no,
nos dicen,
pero un lugar donde arder.
O nos dicen:
Espacio y un lugar para volar,
da igual.
los muertos
no me necesitan.
ni los vivos.
pero quizás los muertos
se necesitan unos a otros.
En realidad,
quizás necesitan
todo
lo que nosotros necesitamos
y necesitamos tanto
Si solo supiéramos
que es.
probablemente es todo
y probablemente
todos nosotros
moriremos tratando
de conseguirlo
o moriremos
porque no lo conseguimos.
Espero que cuando
yo este muerto
comprendaís
que conseguí tanto como pude. "
A solas con todo el mundo
La carne cubre el hueso
y dentro le ponen
un cerebro
y a veces un alma
y las mujeres arrojan
jarrones contra las paredes
y los hombres beben demasiado
y nadie encuentra al otro
pero siguen
buscando de cama
en cama,
la carne cubre
el hueso y la carne
busca algo más carne.
no hay ninguna posibilidad:
estamos todos atrapados
por un destinosingular.
nadie encuentra jamás al otro.
los tugurios se llenan
los vertederos se llenan
los manicomios se llenan
las tumbas se llenan
nada más se llena.
Consejo amistoso a un montón de jóvenes
Id al Tibetmontad en camello.
leed la Biblia
teñid vuestros zapatos de azul.
dejaos la barba.
dad la vuelta al mundo en una canoa de papel
suscribios al Saturday Evening Post
Masticad sólo por el lado izquierdo de la boca
casaos con una mujer que tenga una sola pierna
y afeitaos con navaja
y grabad vuestro nombre en el brazo de ella
lavaos los dientes con gasolina
dormid todo el día y trepad a los árboles por la noche.
sed monjes y bebed perdigones y cerveza.
mantened la cabeza bajo el agua y tocad el violín
bailad la danza del vientre delante de velas rosas
matad a vuestro perro
presentaos al Alcalde
vivid en un barril
partios la cabeza con un hacha
plantad tulipanes bajo la lluvia.
Pero no escribáis poesía.
Como ser un gran escritor
tienes que follarte a muchas mujeres
bellas mujeres
y escribir unos pocos poemas de amor decentes
y no te preocupes por la edad
y/o los nuevos talentos.
sólo toma más cerveza
más y más cerveza.
Ve al hipódromo
por lo menos una vez a la semana
y gana si es posible.
aprender a ganar es difícil,
cualquier idiota puede ser un buen perdedor.
y no olvides tu Brahms,
tu Bach
y tu cerveza.
no te exijas.
dormí hasta el mediodía.
evita las tarjetas de crédito
o pagar cualquier cosa en término.
acuérdate de que
no hay un pedazo de culo en este mundo
que valga más de 50 dólares (en 1977).
y si tienes capacidad de amar
ámate a ti mismo primero
pero siempre
sé consciente de la posibilidad
de la total derrota
ya sea por buenas o malas razones.
un sabor temprano de la muerte
no es necesariamente una mala cosa.
quédate afuera de las iglesias
y los bares
y los museos
y como las araña sé paciente,
el tiempo es la cruz de todos.
más
el exilio
la derrota
la traición
toda esa basura.
quédate con la cerveza
la cerveza es continua sangre.
una amante continua.
agarra una buena máquina de escribir
y mientras los pasos van y vienen
más allá de tu ventana
dale duro a esa cosa
dale duro.
haz de eso una pelea de peso pesado.
haz como el toro en la primer embestida.
y recuerda a los perros viejos,
que pelearon tan bien:
Hemingway, Celine,
Dostoievsky, Hamsun.
si crees que no se volvieron locos
en habitaciones minúsculas
como te está pasando a ti ahora,
sin mujeres
sin comida
sin esperanza...
entonces no estás listo
toma más cerveza.
hay tiempo.
y si no hay
está bien igual.
Lo que queda de sus ojos.
En ciertos ojos
me ahogo, me desplomo,
me acurruco,
construyo una casita
y me quedo a ver el ocaso.
Ciertos ojos
me provocan espasmos y poesías
y pinturas que serían va-lio-sí-si-mas
pero sólo las pinto en sueños.
Y a la mañana no recuerdo nada
de los espasmos, las poesías, las pinturas.
Sólo un poquito el tono de sus ojos,
agua de lluvia y musgo.
O algo así.
me ahogo, me desplomo,
me acurruco,
construyo una casita
y me quedo a ver el ocaso.
Ciertos ojos
me provocan espasmos y poesías
y pinturas que serían va-lio-sí-si-mas
pero sólo las pinto en sueños.
Y a la mañana no recuerdo nada
de los espasmos, las poesías, las pinturas.
Sólo un poquito el tono de sus ojos,
agua de lluvia y musgo.
O algo así.
domingo, 20 de febrero de 2011
Si, no?
Tengo que dedicarme a abrir más puertas y hacer a un lado la afición de adivinar que hay detrás de ellas.
Reflex de pasajero.
Nunca en un bondi pasan una película decente. Por suerte existen las ventanillas.
Cuentos ajenos (I) Jorge Luis Borges
Funes El Memorioso (Artificios, 1944;Ficciones, 1944)
Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera. Lo recuerdo, la cara taciturna y aindiada y singularmente remota, detrás del cigarrillo. Recuerdo (creo) sus manos afiladas de trenzador. Recuerdo cerca de esas manos un mate, con las armas de la Banda Oriental; recuerdo en la ventana de la casa una estera amarilla, con un vago paisaje lacustre. Recuerdo claramente su voz; la voz pausada, resentida y nasal del orillero antiguo, sin los silbidos italianos de ahora. Más de tres veces no lo vi; la última, en 1887... Me parece muy feliz el proyecto de que todos aquellos que lo trataron escriban sobre él; mi testimonio será acaso el más breve y sin duda el más pobre, pero no el menos imparcial del volumen que editarán ustedes. Mi deplorable condición de argentino me impedirá incurrir en el ditirambo —género obligatorio en el Uruguay, cuando el tema es un uruguayo. Literato, cajetilla, porteño: Funes no dijo esas injuriosas palabras, pero de un modo suficiente me consta que yo representaba para él esas desventuras. Pedro Leandro Ipuche ha escrito que Funes era un precursor de los superhombres; “Un Zarathustra cimarrón y vernáculo”; no lo discuto, pero no hay que olvidar que era también un compadrito de Fray Bentos, con ciertas incurables limitaciones. Mi primer recuerdo de Funes es muy perspicuo. Lo veo en un atardecer de marzo o febrero del año ochenta y cuatro. Mi padre, ese año, me había llevado a veranear a Fray Bentos. Yo volvía con mi primo Bernardo Haedo de la estancia de San Francisco. Volvíamos cantando, a caballo, y ésa no era la única circunstancia de mi felicidad. Después de un día bochornoso, una enorme tormenta color pizarra había escondido el cielo. La alentaba el viento del Sur, ya se enloquecían los árboles; yo tenía el temor (la esperanza) de que nos sorprendiera en un descampado el agua elemental. Corrimos una especie de carrera con la tormenta. Entramos en un callejón que se ahondaba entre dos veredas altísimas de ladrillo. Había oscurecido de golpe; oí rápidos y casi secretos pasos en lo alto; alcé los ojos y .vi un muchacho que corría por la estrecha y rota vereda como por una estrecha y rota pared. Recuerdo la bombacha, las alpargatas, recuerdo el cigarrillo en el duro rostro, contra el nubarrón ya sin límites. Bernardo le gritó imprevisiblemente: ¿Qué horas son, Ireneo? Sin consultar el cielo, sin detenerse, el otro respondió: Faltan cuatro mínutos para las ocho, joven Bernardo Juan Francisco. La voz era aguda, burlona. Yo soy tan distraído que el diálogo que acabo de referir no me hubiera llamado la atención si no lo hubiera recalcado mi primo, a quien estimulaban (creo) cierto orgullo local, y el deseo de mostrarse indiferente a la réplica tripartita del otro. Me dijo que el muchacho del callejón era un tal Ireneo Funes, mentado por algunas rarezas como la de no darse con nadie y la de saber siempre la hora, como un reloj. Agregó que era hijo de una planchadora del pueblo, María Clementina Funes, y que algunos decían que su padre era un médico del saladero, un inglés O'Connor, y otros un domador o rastreador del departamento del Salto. Vivía con su madre, a la vuelta de la quinta de los Laureles. Los años ochenta y cinco y ochenta y seis veraneamos en la ciudad de Montevideo. El ochenta y siete volví a Fray Bentos. Pregunté, como es natural, por todos los conocidos y, finalmente, por el “cronométrico Funes”. Me contestaron que lo había volteado un redomón en la estancia de San Francisco, y que había quedado tullido, sin esperanza. Recuerdo la impresión de incómoda magia que la noticia me produjo: la única vez que yo lo vi, veníamos a caballo de San Francisco y él andaba en un lugar alto; el hecho, en boca de mi primo Bernardo, tenía mucho de sueño elaborado con elementos anteriores. Me dijeron que no se movía del catre, puestos los ojos en.la higuera del fondo o en una telaraña. En los atardeceres, permitía que lo sacaran a la ventana. Llevaba la soberbia hasta el punto de simular que era benéfico el golpe que lo había fulminado... Dos veces lo vi atrás de la reja, que burdamente recalcaba su condición de eterno prisionero: una, inmóvil, con los ojos cerrados; otra, inmóvil también, absorto en la contemplación de un oloroso gajo de santonina. No sin alguna vanagloria yo había iniciado en aquel tiempo el estudio metódico del latin. Mi valija incluía el De viris illustribus de Lhomond, el Thesaurus de Quicherat, los comentarios de Julio César y un volumen impar de la Naturalis historia de Plinio, que excedía (y sigue excediendo) mis módicas virtudes de latinista. Todo se propala en un pueblo chico; Ireneo, en su rancho de las orillas, no tardó en enterarse del arribo de esos libros anómalos. Me dirigió una carta florida y ceremoniosa, en la que recordaba nuestro encuentro, desdichadamente fugaz, “del día siete de febrero del año ochenta y cuatro”, ponderaba los gloriosos servicios que don Gregorio Haedo, mi tío, finado ese mismo año, “había prestado a las dos patrias en la valerosa jornada de Ituzaingó”, y me solicitaba el préstamo de cualquiera de los volúmenes, acompañado de un diccionario “para la buena inteligencia del texto original, porque todavía ignoro el latín”. Prometía devolverlos en buen estado, casi inmediatamente. La letra era perfecta, muy perfilada; la ortografía, del tipo que Andrés Bello preconizó: i por y, j por g. Al principio, temí naturalmente una broma. Mis primos me aseguraron que no, que eran cosas de Ireneo. No supe si atribuir a descaro, a ignorancia o a estupidez la idea de que el arduo latín no requería más instrumento que un diccionario; para desengañarlo con plenitud le mandé el Gradus ad Parnassum de Quicherat. y la obra de Plinio: El catorce de febrero me telegrafiaron de Buenos Aires que volviera inmediatamente, porque mi padre no estaba “nada bien”. Dios me perdone; el prestigio de ser el destinatario de un telegrama urgente, el deseo de comunicar a todo Fray Bentos la contradicción entre la forma negativa de la noticia y el perentorio adverbio, la tentación de dramatizar mi dolor, fingiendo un viril estoicismo, tal vez me distrajeron de toda posibilidad de dolor. Al hacer la valija, noté que me faltaban el Gradus y el primer tomo de la Naturalis historia. El “Saturno” zarpaba al día siguiente, por la mañana; esa noche, después de cenar, me encaminé a casa de Funes. Me asombró que la noche fuera no menos pesada que el día. En el decente rancho, la madre de Funes me recibió. Me dijo que Ireneo estaba en la pieza del fondo y que no me extrañara encontrarla a oscuras, porque Ireneo sabía pasarse las horas muertas sin encender la vela. Atravesé el patio de baldosa, el corredorcito; llegué al segundo patio. Había una parra; la oscuridad pudo parecerme total. Oí de pronto la alta y burlona voz de Ireneo. Esa voz hablaba en latín; esa voz (que venía de la tiniebla) articulaba con moroso deleite un discurso o plegaria o incantación. Resonaron las sílabas romanas en el patio de tierra; mi temor las creía indescifrables, interminables; después, en el enorme diálogo de esa noche, supe que formaban el primer párrafo del vigésimocuarto capítulo del libro séptimo de la Naturalis historia. La materia de ese capítulo es la memoria; las palabras últimas fueron ut nihil non usdem verbis redderetur auditum. Sin el menor cambio de voz, Ireneo me dijo que pasara. Estaba en el catre, fumando. Me parece que no le vi la cara hasta el alba; creo rememorar el ascua momentánea del cigarrillo. La pieza olía vagamente a humedad. Me senté; repetí la historia del telegrama y de la enfermedad de mi padre. Arribo, ahora, al más dificil punto de mi relato. Este (bueno es que ya lo sepa el lector) no tiene otro argumento que ese diálogo de hace ya medio siglo. No trataré de reproducir sus palabras, irrecuperables ahora. Prefiero resumir con veracidad las muchas cosas que me dijo Ireneo. El estilo indirecto es remoto y débil; yo sé que sacrifico la eficacia de mi relato; que mis lectores se imaginen los entrecortados períodos que me abrumaron esa noche. Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los 22 idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fe se maravilló de que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles. Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. Y también: Mis sueños son como 1a vigilia de ustedes. Y también, hacia el alba: Mi memoría, señor, es como vacíadero de basuras. Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo. Esas cosas me dijo; ni entonces ni después las he puesto en duda. En aquel tiempo no había cinematógrafos ni fonógrafos; es, sin embargo, inverosímil y hasta increíble que nadie hiciera un experimento con Funes. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos in—mortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo. La voz de Funes, desde la oscuridad, seguía hablando.. Me dijo que hacia 1886 había discurrido un sistema original de numeración y que en muy pocos días había rebasado el veinticuatro mil. No lo había escrito, porque lo pensado una sola vez ya no podía borrársele. Su primer estímulo, creo, fue el desagrado de que los treinta y tres orientales requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra y un solo signo. Aplicó luego ese disparatado principio a los otros números. En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, gas, 1a caldera, Napoleón, Agustín vedia. En lugar de quinientos, decía nueve. Cada palabra tenía un signo particular, una especie marca; las últimas muy complicadas... Yo traté explicarle que esa rapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario sistema numeración. Le dije decir 365 tres centenas, seis decenas, cinco unidades; análisis no existe en los “números” El Negro Timoteo o manta de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme. Locke, siglo XVII, postuló (y reprobó) idioma imposible en el que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera nombre propio; Funes proyectó alguna vez un idioma análogo, pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado ambiguo. En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez. Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para serie natural de los números, un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo) son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferir el vertiginoso mundo de Funes. Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez. Refiere Swift que el emperador de Lilliput discernía el movimiento del minutero; Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. Babilonia, Londres y Nueva York han abrumado con feroz esplendor la imaginación de los hombres; nadie, en sus torres populosas o en sus avenidas urgentes, ha sentido el calor y la presión de una realidad tan infatigable como la que día y noche convergía sobre el infeliz Ireneo, en su pobre arrabal sudamericano. Le era muy difícil dormir. Dormir es distraerse del mundo; Funes, de espaldas en el catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada moldura de las casas precisas que lo rodeaban. (Repito que el menos importante de sus recuerdos era más minucios y más vivo que nuestra percepción de un goce físico o de un tormento físico.) Hacia el Este, en un trecho no amanzanado, había casas nuevas, desconocidas. Funes las imaginaba negras, compactas, hechas de tiniebla homogénea; en esa dirección volvía la cara para dormir. También solía imaginarse en el fondo del río, mecido y anulado por la corriente. Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos. La recelosa claridad de la madrugada entró por el patio de tierra. Entonces vi la cara de la voz que toda la noche había hablado. Ireneo tenía diecinueve años; había nacido en 1868; me pareció monumental como el bronce, más antiguo que Egipto, anterior a las profecías y a las pirámides. Pensé que cada una de mis palabras (que cada uno de mis gestos) perduraría en su implacable memoria; me entorpeció el temor de multiplicar ademanes inútiles. Ireneo Funes murió en 1889, de una congestión pulmonar.1942
Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera. Lo recuerdo, la cara taciturna y aindiada y singularmente remota, detrás del cigarrillo. Recuerdo (creo) sus manos afiladas de trenzador. Recuerdo cerca de esas manos un mate, con las armas de la Banda Oriental; recuerdo en la ventana de la casa una estera amarilla, con un vago paisaje lacustre. Recuerdo claramente su voz; la voz pausada, resentida y nasal del orillero antiguo, sin los silbidos italianos de ahora. Más de tres veces no lo vi; la última, en 1887... Me parece muy feliz el proyecto de que todos aquellos que lo trataron escriban sobre él; mi testimonio será acaso el más breve y sin duda el más pobre, pero no el menos imparcial del volumen que editarán ustedes. Mi deplorable condición de argentino me impedirá incurrir en el ditirambo —género obligatorio en el Uruguay, cuando el tema es un uruguayo. Literato, cajetilla, porteño: Funes no dijo esas injuriosas palabras, pero de un modo suficiente me consta que yo representaba para él esas desventuras. Pedro Leandro Ipuche ha escrito que Funes era un precursor de los superhombres; “Un Zarathustra cimarrón y vernáculo”; no lo discuto, pero no hay que olvidar que era también un compadrito de Fray Bentos, con ciertas incurables limitaciones. Mi primer recuerdo de Funes es muy perspicuo. Lo veo en un atardecer de marzo o febrero del año ochenta y cuatro. Mi padre, ese año, me había llevado a veranear a Fray Bentos. Yo volvía con mi primo Bernardo Haedo de la estancia de San Francisco. Volvíamos cantando, a caballo, y ésa no era la única circunstancia de mi felicidad. Después de un día bochornoso, una enorme tormenta color pizarra había escondido el cielo. La alentaba el viento del Sur, ya se enloquecían los árboles; yo tenía el temor (la esperanza) de que nos sorprendiera en un descampado el agua elemental. Corrimos una especie de carrera con la tormenta. Entramos en un callejón que se ahondaba entre dos veredas altísimas de ladrillo. Había oscurecido de golpe; oí rápidos y casi secretos pasos en lo alto; alcé los ojos y .vi un muchacho que corría por la estrecha y rota vereda como por una estrecha y rota pared. Recuerdo la bombacha, las alpargatas, recuerdo el cigarrillo en el duro rostro, contra el nubarrón ya sin límites. Bernardo le gritó imprevisiblemente: ¿Qué horas son, Ireneo? Sin consultar el cielo, sin detenerse, el otro respondió: Faltan cuatro mínutos para las ocho, joven Bernardo Juan Francisco. La voz era aguda, burlona. Yo soy tan distraído que el diálogo que acabo de referir no me hubiera llamado la atención si no lo hubiera recalcado mi primo, a quien estimulaban (creo) cierto orgullo local, y el deseo de mostrarse indiferente a la réplica tripartita del otro. Me dijo que el muchacho del callejón era un tal Ireneo Funes, mentado por algunas rarezas como la de no darse con nadie y la de saber siempre la hora, como un reloj. Agregó que era hijo de una planchadora del pueblo, María Clementina Funes, y que algunos decían que su padre era un médico del saladero, un inglés O'Connor, y otros un domador o rastreador del departamento del Salto. Vivía con su madre, a la vuelta de la quinta de los Laureles. Los años ochenta y cinco y ochenta y seis veraneamos en la ciudad de Montevideo. El ochenta y siete volví a Fray Bentos. Pregunté, como es natural, por todos los conocidos y, finalmente, por el “cronométrico Funes”. Me contestaron que lo había volteado un redomón en la estancia de San Francisco, y que había quedado tullido, sin esperanza. Recuerdo la impresión de incómoda magia que la noticia me produjo: la única vez que yo lo vi, veníamos a caballo de San Francisco y él andaba en un lugar alto; el hecho, en boca de mi primo Bernardo, tenía mucho de sueño elaborado con elementos anteriores. Me dijeron que no se movía del catre, puestos los ojos en.la higuera del fondo o en una telaraña. En los atardeceres, permitía que lo sacaran a la ventana. Llevaba la soberbia hasta el punto de simular que era benéfico el golpe que lo había fulminado... Dos veces lo vi atrás de la reja, que burdamente recalcaba su condición de eterno prisionero: una, inmóvil, con los ojos cerrados; otra, inmóvil también, absorto en la contemplación de un oloroso gajo de santonina. No sin alguna vanagloria yo había iniciado en aquel tiempo el estudio metódico del latin. Mi valija incluía el De viris illustribus de Lhomond, el Thesaurus de Quicherat, los comentarios de Julio César y un volumen impar de la Naturalis historia de Plinio, que excedía (y sigue excediendo) mis módicas virtudes de latinista. Todo se propala en un pueblo chico; Ireneo, en su rancho de las orillas, no tardó en enterarse del arribo de esos libros anómalos. Me dirigió una carta florida y ceremoniosa, en la que recordaba nuestro encuentro, desdichadamente fugaz, “del día siete de febrero del año ochenta y cuatro”, ponderaba los gloriosos servicios que don Gregorio Haedo, mi tío, finado ese mismo año, “había prestado a las dos patrias en la valerosa jornada de Ituzaingó”, y me solicitaba el préstamo de cualquiera de los volúmenes, acompañado de un diccionario “para la buena inteligencia del texto original, porque todavía ignoro el latín”. Prometía devolverlos en buen estado, casi inmediatamente. La letra era perfecta, muy perfilada; la ortografía, del tipo que Andrés Bello preconizó: i por y, j por g. Al principio, temí naturalmente una broma. Mis primos me aseguraron que no, que eran cosas de Ireneo. No supe si atribuir a descaro, a ignorancia o a estupidez la idea de que el arduo latín no requería más instrumento que un diccionario; para desengañarlo con plenitud le mandé el Gradus ad Parnassum de Quicherat. y la obra de Plinio: El catorce de febrero me telegrafiaron de Buenos Aires que volviera inmediatamente, porque mi padre no estaba “nada bien”. Dios me perdone; el prestigio de ser el destinatario de un telegrama urgente, el deseo de comunicar a todo Fray Bentos la contradicción entre la forma negativa de la noticia y el perentorio adverbio, la tentación de dramatizar mi dolor, fingiendo un viril estoicismo, tal vez me distrajeron de toda posibilidad de dolor. Al hacer la valija, noté que me faltaban el Gradus y el primer tomo de la Naturalis historia. El “Saturno” zarpaba al día siguiente, por la mañana; esa noche, después de cenar, me encaminé a casa de Funes. Me asombró que la noche fuera no menos pesada que el día. En el decente rancho, la madre de Funes me recibió. Me dijo que Ireneo estaba en la pieza del fondo y que no me extrañara encontrarla a oscuras, porque Ireneo sabía pasarse las horas muertas sin encender la vela. Atravesé el patio de baldosa, el corredorcito; llegué al segundo patio. Había una parra; la oscuridad pudo parecerme total. Oí de pronto la alta y burlona voz de Ireneo. Esa voz hablaba en latín; esa voz (que venía de la tiniebla) articulaba con moroso deleite un discurso o plegaria o incantación. Resonaron las sílabas romanas en el patio de tierra; mi temor las creía indescifrables, interminables; después, en el enorme diálogo de esa noche, supe que formaban el primer párrafo del vigésimocuarto capítulo del libro séptimo de la Naturalis historia. La materia de ese capítulo es la memoria; las palabras últimas fueron ut nihil non usdem verbis redderetur auditum. Sin el menor cambio de voz, Ireneo me dijo que pasara. Estaba en el catre, fumando. Me parece que no le vi la cara hasta el alba; creo rememorar el ascua momentánea del cigarrillo. La pieza olía vagamente a humedad. Me senté; repetí la historia del telegrama y de la enfermedad de mi padre. Arribo, ahora, al más dificil punto de mi relato. Este (bueno es que ya lo sepa el lector) no tiene otro argumento que ese diálogo de hace ya medio siglo. No trataré de reproducir sus palabras, irrecuperables ahora. Prefiero resumir con veracidad las muchas cosas que me dijo Ireneo. El estilo indirecto es remoto y débil; yo sé que sacrifico la eficacia de mi relato; que mis lectores se imaginen los entrecortados períodos que me abrumaron esa noche. Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los 22 idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fe se maravilló de que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles. Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. Y también: Mis sueños son como 1a vigilia de ustedes. Y también, hacia el alba: Mi memoría, señor, es como vacíadero de basuras. Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo. Esas cosas me dijo; ni entonces ni después las he puesto en duda. En aquel tiempo no había cinematógrafos ni fonógrafos; es, sin embargo, inverosímil y hasta increíble que nadie hiciera un experimento con Funes. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos in—mortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo. La voz de Funes, desde la oscuridad, seguía hablando.. Me dijo que hacia 1886 había discurrido un sistema original de numeración y que en muy pocos días había rebasado el veinticuatro mil. No lo había escrito, porque lo pensado una sola vez ya no podía borrársele. Su primer estímulo, creo, fue el desagrado de que los treinta y tres orientales requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra y un solo signo. Aplicó luego ese disparatado principio a los otros números. En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, gas, 1a caldera, Napoleón, Agustín vedia. En lugar de quinientos, decía nueve. Cada palabra tenía un signo particular, una especie marca; las últimas muy complicadas... Yo traté explicarle que esa rapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario sistema numeración. Le dije decir 365 tres centenas, seis decenas, cinco unidades; análisis no existe en los “números” El Negro Timoteo o manta de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme. Locke, siglo XVII, postuló (y reprobó) idioma imposible en el que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera nombre propio; Funes proyectó alguna vez un idioma análogo, pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado ambiguo. En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez. Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para serie natural de los números, un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo) son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferir el vertiginoso mundo de Funes. Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez. Refiere Swift que el emperador de Lilliput discernía el movimiento del minutero; Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. Babilonia, Londres y Nueva York han abrumado con feroz esplendor la imaginación de los hombres; nadie, en sus torres populosas o en sus avenidas urgentes, ha sentido el calor y la presión de una realidad tan infatigable como la que día y noche convergía sobre el infeliz Ireneo, en su pobre arrabal sudamericano. Le era muy difícil dormir. Dormir es distraerse del mundo; Funes, de espaldas en el catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada moldura de las casas precisas que lo rodeaban. (Repito que el menos importante de sus recuerdos era más minucios y más vivo que nuestra percepción de un goce físico o de un tormento físico.) Hacia el Este, en un trecho no amanzanado, había casas nuevas, desconocidas. Funes las imaginaba negras, compactas, hechas de tiniebla homogénea; en esa dirección volvía la cara para dormir. También solía imaginarse en el fondo del río, mecido y anulado por la corriente. Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos. La recelosa claridad de la madrugada entró por el patio de tierra. Entonces vi la cara de la voz que toda la noche había hablado. Ireneo tenía diecinueve años; había nacido en 1868; me pareció monumental como el bronce, más antiguo que Egipto, anterior a las profecías y a las pirámides. Pensé que cada una de mis palabras (que cada uno de mis gestos) perduraría en su implacable memoria; me entorpeció el temor de multiplicar ademanes inútiles. Ireneo Funes murió en 1889, de una congestión pulmonar.1942
viernes, 18 de febrero de 2011
miércoles, 16 de febrero de 2011
Andando
Y bien,
vamos a perdernos por la ciudad,
caminar tomados de la mano
sin que importe lo demás.
Vamos,
todavía podemos hacerlo.
Aún somos jovenes,
aún somos bellos.
En casa tengo un malbec
y cientos de perversiones.
Mi boca rebalsa de versos
y la noche aún no comienza.
Vamos,
todavía podemos hacerlo.
vamos a perdernos por la ciudad,
caminar tomados de la mano
sin que importe lo demás.
Vamos,
todavía podemos hacerlo.
Aún somos jovenes,
aún somos bellos.
En casa tengo un malbec
y cientos de perversiones.
Mi boca rebalsa de versos
y la noche aún no comienza.
Vamos,
todavía podemos hacerlo.
Anular.
Anular.
Sentado sobre el banco blanco de la plaza
intento hacer la cabeza a un lado.
Fumo y con el humo no se van mis nervios.
Mis ojos parecen explotar y ese sonido en mis oídos...
Trato de concentrarme en las personas que corren,
contar las veces que pasan frente a mi
pero no logro anular a mi cabeza.
Es dinamita pura, no miento, hermano.
Sentado sobre el banco blanco de la plaza
intento hacer la cabeza a un lado.
Fumo y con el humo no se van mis nervios.
Mis ojos parecen explotar y ese sonido en mis oídos...
Trato de concentrarme en las personas que corren,
contar las veces que pasan frente a mi
pero no logro anular a mi cabeza.
Es dinamita pura, no miento, hermano.
sábado, 12 de febrero de 2011
28 años sin el manipulador de palabras.

"Un cronopio es una flor , dos es un jardín"
Julio llegó a mi vida allá por el año 2000. Si no recuerdo mal estaba enamorado de una chica al menos 5 años mayor y el puente más viable que vi para llegar a ella se llamaba Julio Cortázar, hasta ahí, un nombre nada más.
Así llegó el capítulo 7 de Rayuela, más tarde intenté y logré? leer Rayuela con 15 años. No sé que entendía y que no, pero lo devoraba de día, de noche, en el baño, bajo una tibia luz por la madrugada. Tal vez lo único que recuerdo es que Cortázar cambió el tonto prototipo de escritor que tenía en mi mente. Luego de terminar Rayuela quería ser escritor. También quería a La Maga y a París y al Jazz, pero eso era secundario. Luego vendría Bestiario, Historia de cronopios y famas, Un tal Lucas, entre otros.
El jazzero, el amante del box, el viajante, el utópico, el romántico, el alto y desgarbado, el dueño de las palabras, el tipo comprometido, el amante, el eterno cronopio.
Carta a Rocamadour (voz de Cortázar) http://www.youtube.com/watch?v=otZAeYSe97s
Cuelgue matutino.

¡La puta madre!. Esas son las tres palabras con las que comienza la mañana. Una vez más se durmió. 07:40. Números grandes y rojos. Cuarenta minutos de retraso. Ya no podrá ducharse, ni matear, tampoco tostadas con manteca. Menos buscar un paraguas que lo proteja de la lluvia, ya que esa clases de objetos suelen extraviarse misteriosamente en el triángulo de bermudas, que es la casa de Rafael. La habitación es un caos pero con una velocidad sorprendente encuentra ropa limpia -en otro momento, aclararé el concepto de ropa limpia de Rafael-. Se va vistiendo mientras recolecta las llaves, la billetera... Camina, piensa, está atormentado. ¡Mierda!. Gritará y pateará una caja de pizza vacía. Una anchoita planea fracción de segundo. ¡Sólo una media!. ¡Solo una!. Estaría completamente listo si no fuera por la media derecha. 07:44 marca el radio reloj. Completamente vestido -salvo por la ausencia de una media- corre hasta el lavadero en busca de la que le falta. En una mano lleva su bolso y en la otra el zapato derecho. Es una especie de león enjaulado por el corredor, mira en todas las direcciones y nada. Revuelve y revuelve como un loco la ropa, collage de prendas. De repente divisa entre una remera negra de los Beatles y una bermuda de jean un sostén negro de Titania. El tiempo se detiene. El panorama de Rafael se achica. Su visión se centra en el sosten. Esos dos ojos que antes captaban, la remera, la bermuda, el sostén y la tabla de planchar, ahora sólo ven el sostén negro de Titania. No existen sonidos ni factores externos que rompan este momento. Es Rafael y el sostén. No hay siquiera mundo que sostenga ésta imágen. No hay hora en números rojos y grandes. Los ojos de Rafael parecen caerse. Pesan 100 kilos. Las piernas se aflojan y dos lágrimas ruedan por sus mejillas. Toma aire, suelta. Toma aire, suelta. Un dedo seca los ojos húmedos, susurra algo que no se entiende y... ¿Que estaba haciendo acá?. ¡Dios mío! 07:47 marca su reloj de pulsera. ¡La re putisima madre! Atraviesa la casa corriendo, cierra la puerta principal con llave y se dirige a la cochera. _¿Que haces Carlos? Lindo día, ¿no?.
Carlos lo observa como si sería un extraterrestre y Rafael piensa que no toda la gente comprende sus ironías. Sube a su auto aún sonriendo.
Lo que Rafael no sabrá -se enterará minutos depués- es que Carlos si entendió su ironía. Sus ojos atónitos no son producto de esta. Pasa que en el edificio en el que Carlos trabaja y Rafael vive, la gente -la demás- acostumbra salir a la calle con calzado en ambos pies, no con un zapato en su debido lugar y el otro en la mano derecha.
viernes, 11 de febrero de 2011
Cartas que no envío.
No sé que sucede. Pero escribo cartas, fecha en el margen derecho, nombre del destinatario seguido de los dos puntos, todo el texto, la firmo. Digo la voy a entregar. No, mejor mañana, sí, mejor mañana por la mañana, y guardo la carta en el cajón de la mesita de luz. Hoy cuando fui a guardar la última carta (pienso entregarla mañana dije antes de abrir el cajón) me di cuenta que no cabía ni una más. ¿Qué sucede?. Qué sucede conmigo me pregunté toda la noche mientras miraba el techo.
Bocas.
Tu boca se acerca, provocativa se acerca. Lo suficiente para chocar con mi boca y hacer de ese encuentro, un ENCUENTRO. Te estás portando mal y soy de verdad. Soy carne y hueso, y ganas. Y las bocas hacen que la vida tenga sentido. Las bocas y las manos y esos guiños. Fuego, fuego. Ya no me hagas caminar sobre brazas, me estoy quemando!.
miércoles, 9 de febrero de 2011
Sólo palabras.
Palabras lloviendo en tu espalda
deslizándose hasta tu cintura,
cual viajero sin apuro, investigando, conquistando.
Palabras que te quitan la ropa,
que se duermen en tu hombro, que te riegan
el pecho y lo hacen fértil, florido.
Palabras botecito atrevido,
subiendo por el río hasta tus oídos, anclando
en el lado oscuro de tus sueños.
deslizándose hasta tu cintura,
cual viajero sin apuro, investigando, conquistando.
Palabras que te quitan la ropa,
que se duermen en tu hombro, que te riegan
el pecho y lo hacen fértil, florido.
Palabras botecito atrevido,
subiendo por el río hasta tus oídos, anclando
en el lado oscuro de tus sueños.
Alta suciedad. Andrés Calamaro.

P/D: Comida china, en dos minutos y monedas una genialidad. Acompañar la canción con lo que uno crea conveniente.
Alta suciedad (4:27)
Todo lo demás (2:50) http://www.youtube.com/watch?v=2SNmznkyGr8
Donde manda marinero (4:04)
Loco (3:41)
Flaca (4:47) http://www.youtube.com/watch?v=CG7rVuIZugU&feature=fvst
¿Quién asó la manteca? (4:25)
Media Verónica (3:37)
Tercio de los sueños (3:54) http://www.youtube.com/watch?v=JWxbGySj-wQ
Comida china (2:10) http://www.youtube.com/watch?v=0KDXBvvAGZo
Elvis está vivo (3:00)
Me arde (3:37)
Crímenes perfectos (4:24)
Nunca es igual (7:44)
Novio del olvido (2:24) http://www.youtube.com/watch?v=u_xLaoPP8Kk
Catalina bahía
Todo lo demás. Andrés Calamaro. Alta suciedad.1997
Todo lo demás.
Te vi quemando el pasaporte con rabia
en la fuente de la plaza real
entre fuegos artificiales pobres
de pueblo
y palomas que nos ven pasar
y todo lo de mas también
parecía el cielo porque estabas conmigo
todavía soy tu amigo
pero te deseo el bien
o lo que quieras
pero por lo que más quieras
no me pises mis zapatos de piel
puedo presumir de poco
porque todo lo que toco se rompe
te preste un corazón loco
que se dobla con el viento y se rompe
yo te prometí hacer deporte
pero era una mentira
para robarte un tal vez
el fuera-de-juego era evidente
y en la frente me escribí tu nombre
por primera vez
y todo lo demás también
puedo resumir un poco
porque todo lo que toco se rompe
te preste un corazón loco
que se dobla con el viento y se rompe
y todo lo demás también
puedo presumir de poco
porque todo lo que toco se rompe
hablo de un corazón loco
que se dobla con el tiempo y se rompe.
Te vi quemando el pasaporte con rabia
en la fuente de la plaza real
entre fuegos artificiales pobres
de pueblo
y palomas que nos ven pasar
y todo lo de mas también
parecía el cielo porque estabas conmigo
todavía soy tu amigo
pero te deseo el bien
o lo que quieras
pero por lo que más quieras
no me pises mis zapatos de piel
puedo presumir de poco
porque todo lo que toco se rompe
te preste un corazón loco
que se dobla con el viento y se rompe
yo te prometí hacer deporte
pero era una mentira
para robarte un tal vez
el fuera-de-juego era evidente
y en la frente me escribí tu nombre
por primera vez
y todo lo demás también
puedo resumir un poco
porque todo lo que toco se rompe
te preste un corazón loco
que se dobla con el viento y se rompe
y todo lo demás también
puedo presumir de poco
porque todo lo que toco se rompe
hablo de un corazón loco
que se dobla con el tiempo y se rompe.
Las desgracias.
Las Desgracias.
No hay más que discutir. Las desgracias te las tiran por debajo de la puerta. Es así como comienza. Entra como un coche de carreras dando trompos hasta perder la velocidad y quedar varado. Los asistentes corren hacían al auto y ahí nace el horror y se toman las cabezas y maldicen a toda la familia. Que quién duerme con aire acondicionado, que en el invierno tu calefactor estaba al máximo todas las noches, es ella la que tiene el noviecito en Uruguay, báñate con ducha papá! Son alguna de las tantas frases que suelen escucharse después de la aparición de la desgracia, si es que viene una. Porque desde hace un tiempo se empeñan en mandártelas todas juntas y nunca fallan en su misión, todas pasan el limite de la puerta.
Será por eso que alguna vez mi vieja les armó una barricada en la hendija que quedaba entre la puerta y el piso. Cada vez que entren acomoden el “chorizo” en la puerta. Se excusaba que era para que no entraran ratas, lo cierto es que jamás había visto una en casa. Pero acomodar lo que mi vieja llamó “chorizo” era una ley para habitantes y visitantes.
Ellos se las ingeniaban, hablo de los que se encargan de repartir desgracias, en hacerlas llegar. Así nació el buzón. Esa pequeña casita cuadrada recibidora de tragedias y rara vez de cartas de amor. Más tarde mi madre se encargó de soldar la puertita del buzón y creímos que todo se había solucionado.
Con a los años nos dimos cuenta de que no fue una buena solución, cuando mi vieja baldeaba la vereda y el tipo que traía las desgracias la encontró afuera -cabe aclarar que mi madre intento escapar sin suerte- y le entregó un sobre sellado. Al abrirlo sobre la mesa con la familia reunida leyó que debido a reiteradas ausencias de pagos de desgracias, el Estado nos demandaba por una cifra de varios ceros. Los de la desgracia siempre se salen con la suya, nos dijo mi madre antes de acomodarse en el banco de la plaza. Es que acá nunca apagan las luces, protesté.
No hay más que discutir. Las desgracias te las tiran por debajo de la puerta. Es así como comienza. Entra como un coche de carreras dando trompos hasta perder la velocidad y quedar varado. Los asistentes corren hacían al auto y ahí nace el horror y se toman las cabezas y maldicen a toda la familia. Que quién duerme con aire acondicionado, que en el invierno tu calefactor estaba al máximo todas las noches, es ella la que tiene el noviecito en Uruguay, báñate con ducha papá! Son alguna de las tantas frases que suelen escucharse después de la aparición de la desgracia, si es que viene una. Porque desde hace un tiempo se empeñan en mandártelas todas juntas y nunca fallan en su misión, todas pasan el limite de la puerta.
Será por eso que alguna vez mi vieja les armó una barricada en la hendija que quedaba entre la puerta y el piso. Cada vez que entren acomoden el “chorizo” en la puerta. Se excusaba que era para que no entraran ratas, lo cierto es que jamás había visto una en casa. Pero acomodar lo que mi vieja llamó “chorizo” era una ley para habitantes y visitantes.
Ellos se las ingeniaban, hablo de los que se encargan de repartir desgracias, en hacerlas llegar. Así nació el buzón. Esa pequeña casita cuadrada recibidora de tragedias y rara vez de cartas de amor. Más tarde mi madre se encargó de soldar la puertita del buzón y creímos que todo se había solucionado.
Con a los años nos dimos cuenta de que no fue una buena solución, cuando mi vieja baldeaba la vereda y el tipo que traía las desgracias la encontró afuera -cabe aclarar que mi madre intento escapar sin suerte- y le entregó un sobre sellado. Al abrirlo sobre la mesa con la familia reunida leyó que debido a reiteradas ausencias de pagos de desgracias, el Estado nos demandaba por una cifra de varios ceros. Los de la desgracia siempre se salen con la suya, nos dijo mi madre antes de acomodarse en el banco de la plaza. Es que acá nunca apagan las luces, protesté.
martes, 8 de febrero de 2011
lunes, 7 de febrero de 2011
Girondo, bonus track.
Poema 8.
Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.
En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.
Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.
¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera!
Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.
¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?
El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia… de un egoísmo… de una falta de tacto…
Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.
Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.
Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.
En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.
Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.
¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera!
Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.
¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?
El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia… de un egoísmo… de una falta de tacto…
Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.
Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.
Oliverio Girondo. Poemas.

Cansancio
Cansado.
¡Sí!
Cansado
de usar un solo brazo,
dos labios,
veinte dedos,
no sé cuántas palabras,no sé cuántos recuerdos,
grisáceos,
fragmentarios.
Cansado,
muy cansado
de este frío esqueleto,
tan púdico,
tan casto,
que cuando se desnude
no sabré si es el mismo
que usé mientras vivía.
Cansado.
¡Sí!
Cansado
por carecer de antenas,
de un ojo en cada omóplato
y de una cola auténtica,
alegre,
desatada,
y no este rabo hipócrita,
degenerado,
enano.
Cansado,
sobre todo,
de estar siempre conmigo,
de hallarme cada día,
cuando termina el sueño,
allí, donde me encuentre,
con las mismas narices
y con las mismas piernas;
como si no deseara
esperar la rompiente con un cutis de playa,
ofrecer, al rocío, dos senos de magnolia,
acariciar la tierra con un vientre de oruga,
y vivir, unos meses, adentro de una piedra.
Dicotomía incruenta
Siempre llega mi mano
más tarde que otra mano que se mezcla a la mía
y forman una mano.
Cuando voy a sentarme
advierto que mi cuerpo
se sienta en otro cuerpo que acaba de sentarse
adonde yo me siento.
Y en el preciso instante
de entrar en una casa,
descubro que ya estaba
antes de haber llegado.
Por eso es muy posible que no asista a mi entierro,
y que mientras me rieguen de lugares comunes,
ya me encuentre en la tumba,
vestido de esqueleto,
bostezando los tópicos y los llantos fingidos.
El puro no
El no
el no inóvulo
el no nonato
el noo
el no poslodocosmos de impuros ceros noes que noan noan noan
y nooan
y plurimono noan al morbo amorfo noo
no démono
no deo
sin son sin sexo ni órbita
el yerto inóseo noo en unisolo amódulo
sin poros ya sin nódulo
ni yo ni fosa ni hoyo
el macro no ni polvo
el no más nada todo
el puro no
sin no
Escrúpulo
Me parece que vivo
que estoy entre los ruidos
que miro las paredes,
que estas manos son mías,
pero quizás me engañe
y paredes y manos
sólo sean recuerdos
de una vida pasada.
He dicho "me parece"
yo no aseguro nada.
Llorar a lágrima viva...
Llorar a lágrima viva.
Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas, las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma, la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando.
Festejar los cumpleaños familiares, llorando.
Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo...
si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz, con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría.
Llorar de frac, de flato, de flacura.
Llorar improvisando, de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!
Mi lumía
mi lubidulia
mi golocidalove
mi lu tan luz tan tu que me enlucielabisma
y descentratelura
y venusafrodea y me nirvana el suyo la crucis los desalmes
con sus melimeleos
sus erpsiquisedas sus decúbitos lianas y dermiferios limbos y gormullos
mi lu
mi luar
mi mito
demonoave dea rosa
mi pez hada
mi luvisita nimia
mi lubísnea
mi lu más lar
más lampo
mi pulpa lu de vértigo de galaxias de semen de misterio
mi lubella lusola
mi total lu plevida
mi toda lu
lumía
No se me importa un pito que las mujeres...
No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de sorportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.
Poema 12
Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, se despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehuyen, se evaden, y se entregan.
¡Todo era amor!¡
Todo era amor... amor!
No había nada más que amor.
En todas partes se encontraba amor.
No se podía hablar más que de amor.
Amor pasado por agua, a la vainilla,
amor al portador, amor a plazos.
Amor analizable, analizado.
Amor ultramarino.
Amor ecuestre.
Amor de cartón piedra, amor con leche...
lleno de prevenciones, de preventivos;
lleno de cortocircuitos, de cortapisas.
Amor con una gran M,
con una M mayúscula,
chorreado de merengue,
cubierto de flores blancas...
Amor espermatozoico, esperantista.
Amor desinfectado, amor untuoso...
Amor con sus accesorios, con sus repuestos;
con sus faltas de puntualidad, de ortografía;
con sus interrupciones cardíacas y telefónicas.
Amor que incendia el corazón de los orangutanes,
de los bomberos.
Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas,
que arranca los botones de los botines,
que se alimenta de encelo y de ensalada.
Amor impostergable y amor impuesto.
Amor incandescente y amor incauto.
Amor indeformable. Amor desnudo.
Amor-amor que es, simplemente, amor.
Amor y amor... ¡y nada más que amor!
domingo, 6 de febrero de 2011
La aparición de Mayo.
La aparición de Mayo.
El reloj marca las diez. A unas catorce cuadras Patronato intenta asegurarse el ascenso a la B nacional. Noche húmeda, asquerosa por donde se la mire. La suerte hizo que pueda retirarme una hora antes de la nocturna y emprender tranquilamente el camino a casa. Por causa de la humedad mi humor era pésimo, caminaba lentamente esquivando barro. Pensaba básicamente en la nada cuando lo vi. Echado en medio de la acera. Solo le dedique una mirada. Nuestros ojos se encontraron un segundo y seguí caminando y pensando en la nada.
Tras mi espalda oí el ruido de sus patitas. En segundos caminaba a mi lado. Era enano, beige y alargado. De reojo lo observé y vi como el hacía lo mismo. Nos estudiábamos tímidamente.
Supuse que vivía en esa cuadra, que se había escapado, que estaba dando vueltas tratando de hacer sus necesidades. Pero no, caminamos esa cuadra juntos, cruzamos la calle y siguió. Firme. Atento a todos mis movimientos. Así recorrimos las catorce cuadras que separan la nocturna de mi casa. En el trayecto mostró su valentía ante otros canes, su inteligencia para cruzar entre los autos y su fidelidad.
Saqué la llave de mi bolsillo, la puse en la cerradura y nos miramos por última vez. Algo de nostalgia creí ver en sus ojos, solo el sabrá que vio en los míos. Adiós Mayo, adiós. Fugaz ángel/perro guardián, adiós.
El reloj marca las diez. A unas catorce cuadras Patronato intenta asegurarse el ascenso a la B nacional. Noche húmeda, asquerosa por donde se la mire. La suerte hizo que pueda retirarme una hora antes de la nocturna y emprender tranquilamente el camino a casa. Por causa de la humedad mi humor era pésimo, caminaba lentamente esquivando barro. Pensaba básicamente en la nada cuando lo vi. Echado en medio de la acera. Solo le dedique una mirada. Nuestros ojos se encontraron un segundo y seguí caminando y pensando en la nada.
Tras mi espalda oí el ruido de sus patitas. En segundos caminaba a mi lado. Era enano, beige y alargado. De reojo lo observé y vi como el hacía lo mismo. Nos estudiábamos tímidamente.
Supuse que vivía en esa cuadra, que se había escapado, que estaba dando vueltas tratando de hacer sus necesidades. Pero no, caminamos esa cuadra juntos, cruzamos la calle y siguió. Firme. Atento a todos mis movimientos. Así recorrimos las catorce cuadras que separan la nocturna de mi casa. En el trayecto mostró su valentía ante otros canes, su inteligencia para cruzar entre los autos y su fidelidad.
Saqué la llave de mi bolsillo, la puse en la cerradura y nos miramos por última vez. Algo de nostalgia creí ver en sus ojos, solo el sabrá que vio en los míos. Adiós Mayo, adiós. Fugaz ángel/perro guardián, adiós.
Variantes.
Hay días que te espero inmóvil
aletargado,
estrellado,
sumamente imbécil.
Otros corro cual Forest Gump
tras tu sombra,
tu orgullo
tu espalda desierta de lunares.
aletargado,
estrellado,
sumamente imbécil.
Otros corro cual Forest Gump
tras tu sombra,
tu orgullo
tu espalda desierta de lunares.
Que no se haga costumbre.
Que no se haga costumbre.
Muerdo tu recuerdo,
junto las migas, gotitas,
sostenes olvidados en el parqué.
Ruego tu juego,
rompo relojes, esquemas, papeles
duermo en tu pecho inexistente.
Muerdo tu recuerdo,
junto las migas, gotitas,
sostenes olvidados en el parqué.
Ruego tu juego,
rompo relojes, esquemas, papeles
duermo en tu pecho inexistente.
sábado, 5 de febrero de 2011
Distancia.
Y a veces podemos mirar un mismo río... Vos de una costa, mis ojos de la otra. Quizás de eso se trata la distancia, un río dividiéndolo todo.
Caída.
Caída.
Hace veinte minutos que caí de un tren.
Aún sigo inmóvil arrojado en la cama,
con la vista fija en el techo
encontrando a las arañas refugiadas en los rincones.
Sin proponérmelo cae un recuerdo,
se cae como mis huesos del tren.
Después otro y otro.
Caen de punta, de lleno,
en la cara, las rodillas,
sobre los ojos que buscan arañas.
Hago zapping intensamente,
abro y cierro la cortina,
intento pararme y abandono
a la mitad el movimiento.
No quise ser tan violento esa tarde,
le digo una y otra vez
al recuerdo que llueve ahora sin animo de parar.
Hace veinte minutos que caí de un tren.
Aún sigo inmóvil arrojado en la cama,
con la vista fija en el techo
encontrando a las arañas refugiadas en los rincones.
Sin proponérmelo cae un recuerdo,
se cae como mis huesos del tren.
Después otro y otro.
Caen de punta, de lleno,
en la cara, las rodillas,
sobre los ojos que buscan arañas.
Hago zapping intensamente,
abro y cierro la cortina,
intento pararme y abandono
a la mitad el movimiento.
No quise ser tan violento esa tarde,
le digo una y otra vez
al recuerdo que llueve ahora sin animo de parar.
viernes, 4 de febrero de 2011
Sigo aquí.
Puede abandonarme mi mujer.
-de hecho ya lo hizo-
Pueden irse uno a uno mis amigos,
los lectores,
los detractores,
los alentadores,
las nenas que calman las carencias de amor,
-incluso ellas pueden dejarme-.
Pueden marcharse las cervezas de los martes,
los discos de los Beatles,
los paseos por el Paraná,
el arte,
las musas,
toda la creatividad
puede abandonarme...
Así es, puedo quedarme completamente solo.
-solo, solo, solo
retumba en la habitación vacía-,
las orejas de mi perro se levantan,
alza la cabeza
y con sus dos ojos marrones tristes
me dice:
Yo sigo aquí, maldito...
-de hecho ya lo hizo-
Pueden irse uno a uno mis amigos,
los lectores,
los detractores,
los alentadores,
las nenas que calman las carencias de amor,
-incluso ellas pueden dejarme-.
Pueden marcharse las cervezas de los martes,
los discos de los Beatles,
los paseos por el Paraná,
el arte,
las musas,
toda la creatividad
puede abandonarme...
Así es, puedo quedarme completamente solo.
-solo, solo, solo
retumba en la habitación vacía-,
las orejas de mi perro se levantan,
alza la cabeza
y con sus dos ojos marrones tristes
me dice:
Yo sigo aquí, maldito...
Dicen que...
Las copas, los almanaques, las promesas y los corazones fueron creados para ser rotos después de un determinado tiempo de uso.
Deseos anticipados.
Quiero ir al cine. Ponerme la campera negra, la bufanda larga. Abrigarme hasta los dientes. Quiero ir al cine y ver una película argentina. No sé por qué nadie quiere ver un film nacional. Quiero una butaca cómoda, caramelos media hora, quiero, sobre todo, silencio.
Quiero caminar cerca del río y que el viento me revuelva el pelo. Quiero una botellita de Budweiser y tus ojos llenos de incógnitas, sí, eso más que nada.
Quiero caminar cerca del río y que el viento me revuelva el pelo. Quiero una botellita de Budweiser y tus ojos llenos de incógnitas, sí, eso más que nada.
jueves, 3 de febrero de 2011
Choribingo.
Hoy iba llegando al laburo hasta que me vi sorprendido por el afiche. "Choribingo". Volví, frené, leí de nuevo. Sí, "Choribingo". Hasta el te-bingo conocía, es más, matebingo, pero choribingo?. ¿Qué sigue? Porrobingo?.
Por lo poco que sé sobre el asunto, jubiladas y pensionadas son mayoría en estas quermeses, ahora, pregunto, choribingo apunta a otro publico, no?... No imagino a doña Teresa apurando un grande con chimi y gritando -con vaso de tinto en mano- lineaaaa! lineaaaaaaaa!
Por lo poco que sé sobre el asunto, jubiladas y pensionadas son mayoría en estas quermeses, ahora, pregunto, choribingo apunta a otro publico, no?... No imagino a doña Teresa apurando un grande con chimi y gritando -con vaso de tinto en mano- lineaaaa! lineaaaaaaaa!
La hija de la lágrima. Charly Garcia.

Una vez estando en el norte, comentabamos que uno siente la necesidad de compartir lo que ve, multiplicar los ojos. Bueno, nada que ver a lo que voy ahora, o sí. Sólo quería decir que uno no puede no escuchar "La hija de la lágrima", disco del año 94 de Charly.
Dejo algunos links al lado de las canciones. Hace unos meses, no más de tres, lo conseguí en M...mundo a 15 mangos.
1.Oberture
2.Víctima http://www.youtube.com/watch?v=pQ0T_k6-lxk&feature=related
3.Jaco y Chofi
4.Atlantis
5.La sal no sala
6.Chipi chipi
7.Calle (taxi)
8.Love is love http://www.youtube.com/watch?v=6UB7YB91O4k&feature=fvw
9.Tema de amor
10.Fax U!
11.Lament
12.Intermedio
13.Workin' in the morning
14.Waiting http://www.youtube.com/watch?v=fOFjMkwtNL0&feature=related
15.Kurosawa http://www.youtube.com/watch?v=4w_3lHuo0oQ&feature=related
16.Chiquilín
17.Andan (excerpt)
18.James Brown
19.Intraterreno
20.No sugar
21.Atlantis
22.Locomotion http://www.youtube.com/watch?v=AifNeSQS30E&feature=related
23.Andan
Waitin. Garcia. La hija de la lágrima. 1994
http://www.youtube.com/watch?v=fOFjMkwtNL0 (link al tema)
Yo quiero amor, nada mas, baby
Yo espero, yo espero por mi.
Yo tengo amor para dar, baby
Yo espero, yo espero por mi.
Antes de descansar yo vi una estrella
era una luz para mi
me tengo que ayudar solo un momento
porque yo espero por mi.
Yo solo espero.
Yo tengo amor nada más, baby.
Yo quiero, yo espero
(quiero tocar el piano, baby)
Yo voy a ser como yo quiera
no voy a andar por ahí
tu mente va a estallar en un momento
nada me puede hacer más feliz.
Porque yo espero.
Yo quiero amor nada mas,
baby yo espero,
yo espero por mi
yo espero por mi.
Yo quiero amor, nada mas, baby
Yo espero, yo espero por mi.
Yo tengo amor para dar, baby
Yo espero, yo espero por mi.
Antes de descansar yo vi una estrella
era una luz para mi
me tengo que ayudar solo un momento
porque yo espero por mi.
Yo solo espero.
Yo tengo amor nada más, baby.
Yo quiero, yo espero
(quiero tocar el piano, baby)
Yo voy a ser como yo quiera
no voy a andar por ahí
tu mente va a estallar en un momento
nada me puede hacer más feliz.
Porque yo espero.
Yo quiero amor nada mas,
baby yo espero,
yo espero por mi
yo espero por mi.
Gente que a veces golpea tu puerta.
_Nosotros ayudamos a la gente carenciada.
_ ¿Sí? Los felicito. ¿Y que hacen? Digo, ¿como proceden?
_Le acercamos la palabra de Dios para que no se sientan solos, desamparados. Le devolvemos la esperanza, básicamente.
_ ¡Que fantástico! ¿Y obtienen resultados?
_Mínimos. La gente no quiere oír.
_Supongo que la gente cuando tiene frío y hambre y le duelen los huesos de dormir en el cemento no tiene ganas de oír sobre dios.
¿Nunca pensaron en hacer el proceso al revés?
_¿A que te referís?
_ Un par de medias, ropa seca, comida caliente.
_Lo primero es la palabra de dios, hermano…
_ ¿Sí? Los felicito. ¿Y que hacen? Digo, ¿como proceden?
_Le acercamos la palabra de Dios para que no se sientan solos, desamparados. Le devolvemos la esperanza, básicamente.
_ ¡Que fantástico! ¿Y obtienen resultados?
_Mínimos. La gente no quiere oír.
_Supongo que la gente cuando tiene frío y hambre y le duelen los huesos de dormir en el cemento no tiene ganas de oír sobre dios.
¿Nunca pensaron en hacer el proceso al revés?
_¿A que te referís?
_ Un par de medias, ropa seca, comida caliente.
_Lo primero es la palabra de dios, hermano…
Experimento de Jueves.
¿Cómo sabe la utopía en los labios?
¿Se moverá como pez?
¿Morirá en la boca o se duplicará
y transitará por todo mi cuerpo?
Pienso que pienso demasiado.
Siento que tengo un miedo exagerado a caer.
¿Cómo saben tus labios tibios a eso de las 4am?
¿Cómo le caerá tu voz a mis oídos, mis manos a tus pies,
éstas lagunas a tu cuerpo desnudo?
¿Se moverá como pez?
¿Morirá en la boca o se duplicará
y transitará por todo mi cuerpo?
Pienso que pienso demasiado.
Siento que tengo un miedo exagerado a caer.
¿Cómo saben tus labios tibios a eso de las 4am?
¿Cómo le caerá tu voz a mis oídos, mis manos a tus pies,
éstas lagunas a tu cuerpo desnudo?
El ritmo de los días feriados.
El ritmo de los días feriados.
Primero que no hay nada más triste que trabajar un día feriado. Digan lo que digan es como un empate 0 a 0, sin siquiera situaciones de gol.
El ritmo en la calle es escaso, o al menos eso veo yo, aunque mi visión no es muy confiable ya que los feriados amanezco con resaca.
No hay demasiadas especies. Están los boludos como yo que tienen que laburar igual, las señoras mayores que salen a hacer las compras para el almuerzo en flia a las 9:30am, los que simplemente no hacen nada y aún pernoctan por calles semi vacías y por último los que cortan el césped del frente de sus casas o lavan sus autos. No hay más.
Lo peor de todo es que si andás en la calle laburando al mediodía te invadirá las fosas nasales un poderoso olor a estofado o en su defecto a asado. De más está decir que no desayunaste porque te acostaste cerca de las cinco, por qué TODOS tus amigos anoche se juntaron a tomar birra y vos vas, pero te vas antes por que vos sí tenes que laburar, así que estás tirado en la cama, tipo 5:30 am y con los ojos mirando el techo intentas seguir el hilo del diálogo que se produce ahora a 26 cuadras.
F: Messi siempre hace la misma, es así, papá. Hay que esperarlo.
R: Dejá de decir huevadas, boludo. No le ves ni las piernas...
F: Te paras así, lo esperas...
R: Trae un bolo y me mostras!
Es lo último que tu mente cansada escucha. Ya estás del otro lado, en minutos más, o en horas?, quién sabe, estarás soñando con mujeres desconocidas.
Primero que no hay nada más triste que trabajar un día feriado. Digan lo que digan es como un empate 0 a 0, sin siquiera situaciones de gol.
El ritmo en la calle es escaso, o al menos eso veo yo, aunque mi visión no es muy confiable ya que los feriados amanezco con resaca.
No hay demasiadas especies. Están los boludos como yo que tienen que laburar igual, las señoras mayores que salen a hacer las compras para el almuerzo en flia a las 9:30am, los que simplemente no hacen nada y aún pernoctan por calles semi vacías y por último los que cortan el césped del frente de sus casas o lavan sus autos. No hay más.
Lo peor de todo es que si andás en la calle laburando al mediodía te invadirá las fosas nasales un poderoso olor a estofado o en su defecto a asado. De más está decir que no desayunaste porque te acostaste cerca de las cinco, por qué TODOS tus amigos anoche se juntaron a tomar birra y vos vas, pero te vas antes por que vos sí tenes que laburar, así que estás tirado en la cama, tipo 5:30 am y con los ojos mirando el techo intentas seguir el hilo del diálogo que se produce ahora a 26 cuadras.
F: Messi siempre hace la misma, es así, papá. Hay que esperarlo.
R: Dejá de decir huevadas, boludo. No le ves ni las piernas...
F: Te paras así, lo esperas...
R: Trae un bolo y me mostras!
Es lo último que tu mente cansada escucha. Ya estás del otro lado, en minutos más, o en horas?, quién sabe, estarás soñando con mujeres desconocidas.
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