miércoles, 23 de febrero de 2011

Cuentos propios. La esquina maldita. (2002)

La esquina maldita.


_Pedro, no sufría a cusa de los inconvenientes típicos. Poco le afectaba el dinero o la salud. Problemas banales, decía seguido de una sonrisa irónica y una pitada al Jockey largo suave.
Su entorno lo creía un irresponsable por no responder con seriedad a estos tópicos existenciales. Esperaban una respuesta del tipo, “estoy haciéndome análisis (orina incluida) cada seis meses”, “salgo a correr todas las tardes y cosas así”. Pero a Pedro poco le importaba dejar conforme a los demás, en esa etapa de su vida ese circo de la familia había perdido sentido.
Era un asiduo lector de novelas policiales y ciertas noches de cuentos de terror -sostenía que había momentos predestinados para leer ese genero literario-, no era cuestión de sentarse en la mecedora, encender un cigarro y leer “Los hechos en el caso de Valdemar”. Hablaba de una especie de llamado, un guiño del más acá o más haya, nunca sus ojos verdes se explicaban bien. Sus gustos se inclinaban principalmente por Alan Poe y de este lado del mundo solía leer Rodolfo Walsh.
Trabajaba como empleado en una fotocopiadora tan pequeña como su baño, además de eso, su sueldo era pésimo. A pesar de eso, no podía abandonarlo. Aumenta la desocupación leía en los titulares de los matutinos. Soy un afortunado, decía y apagaba su Jockey largo suave. Salía de esa celda a las 21:00 y caminaba media cuadra siempre del lado que circulaba menos gente –más de una vez lo vi cruzar alocado hacía la vereda de enfrente cuando me vió venir apurada- hasta la garita del colectivo. Esperaba generalmente el colectivo vacío, generalmente el segundo y elegía lugar, también generalmente, en la mitad del colectivo. Digo generalmente por que desde que comencé mi tarea de seguimiento hubo dos variantes en sus movimientos casi perfectos. Una vez subió al primer colectivo y viajó parado y en la otra oportunidad esperó el segundo pero se sentó en la parte trasera. Descendía del colectivo y caminaba dos cuadras hasta su casa. Siempre rápidamente. Lo cual me obligaba a acelerar mi ritmo.
Vivía solo, creo. Ya que siempre abría la puerta con sus llaves –las cuales sacaba cincuenta metros antes de llegar a su domicilio- ingresaba y antes de cerrar abruptamente la puerta observaba hacia la calle. Jamás vi a nadie ingresar o salir de su casa. Es eso lo que me da la certeza de su soledad.

_Solo sentía ese miedo invadiendo mi cuerpo, ah, y esas voces, ¡Dios mío!, esas voces cada vez más cerca. O esa voz, por qué no podía decir con claridad cuantas eran. Tal vez muchas mezclándose entre ellas o sólo una cambiando de tono y volumen, dependiendo de la distancia. Realmente la representación que brindaban era sumamente terrorífica. Propia de una vieja película, no de la realidad.
Esto no me sucedía todo el tiempo y tampoco en todos los sitios. Solo bastaba abrir la puerta, lo suficiente para que pasara mi cuerpo, pararme de espaldas a ella por algunos segundos y todo comenzaba a suceder, a tomar forma y ruido y todo. Era difícil de explicarlo, hasta de comprenderlo, pero cuando sucedía no podía no arrojar mi cuerpo hacía el calor de mi casa en un único movimiento, cerraba la puerta con llave y corría hacía el baño. Ahí, lejos de esos horribles sonidos fumaba, escondido de todos fumaba. Después de unos cuantos minutos algo más tranquilo volvía a mis tareas domesticas. Por distracción más que por responsabilidad. Y tal vez recién en mis sueños recuperaba la paz. O mejor dicho, conseguía el olvido.
No hacía demasiado tiempo que sucedía. Sería una gran complicación para mí determinar con exactitud cuando empezó, pero no hace más de tres semanas y sólo por la noche –de ese detalle estoy completamente seguro-. Siempre era igual. Los ladridos lejanos, indefensos, cotidianos. Luego empezaban a acercarse, cada vez más veloces. La ráfaga de viento y la sombra que parece dibujarse, tímida, en la calle.
Cabe aclarar que mi casa es la de la esquina y la puerta se encuentra a tan solo siete metros mas o menos de ella y en diagonal de la otra esquina. Desde la puerta solo veía la calle que cruzaba por delante de mi casa y las casas de los vecinos de enfrente. Veía unos cien metros aproximadamente hacia mi izquierda –en dirección hacía la esquina ya mencionada- y unos ciento cincuenta o doscientos metros a la derecha, hacía el lado de la gran avenida.
Los sonidos que emitían esas voces provenían de la esquina, justo de la que se encontraba a siete metros de la puerta de mi casa. Rara vez las voces llegaban de la esquina de enfrente –la más alejada- o del lado de la avenida. En el caso de la sombra, ésta tenía una orientación establecida y jamás la vi variar sus movimientos- Venía por la calle, siempre desde mi derecha para pasar –supongo- lentamente por delante de mi casa.
Lo raro de este hecho es que nunca la voz y la sombra provenían del mismo sitio. Algo que me había desorientado totalmente al descubrirlo. Además el descubrimiento hizo que desechara varías hipótesis, como la de un borracho o un sicótico por ejemplo.
Intente centenares de veces, después de haber ingresado corriendo a casa observar por la ventana del living a esa figura, pero fue en vano. Se desvanecía a penas yo cruzaba el límite que divide mi casa de la vereda, o al menos eso creo. Otra opción podía ser que en el tiempo que yo demoraba en entrar, cerrar la puerta y llegar a la ventana del living, ella-la sombra- pasara por delante de casa y cuando yo mirara ya se encontraba fuera del alcance de mi vista. Estas posibilidades solo quedan como posibilidades, no como afirmaciones, ya que jamás volví a la calle después de verla -obviamente volvía a la calle al otro día para dirigirme al trabajo- por lo cual no puedo comprobar con certeza cual es la realidad.

_Creía que Pedro se encontraba en serios problemas. Por eso lo observaba y no estoy queriendo justificar mi actitud, ya que no encuentro nada malo en ella.
Más de una vez lo vi atropellarse con la puerta e ingresar como loco a su casa. Era raro eso en el, ya que parecía un tipo normal. Tal vez lo único misterioso era su soledad -cuanta pena me daba verlo así- su poco trato con los vecinos, hola y chau y su encierro casi permanente.
Solía consolarme con que era un tipo antisocial, tal vez un escritor o un estudioso, que ocupaba todo su tiempo en los libros o en los cálculos. Eso creí hasta estos últimos días en que lo vi salir de su casa, mover la cabeza hacia ambos lados y unos minutos después correr puertas adentro. Su actitud fue propia de un paranoico y juro que sentí miedo y pensé seriamente en no volver a seguirlo. Pero no pude.
El no dejaba de parecerme un tipo interesante. Su caminar, su cuidado, el aprontar su llave metros antes de su casa. Sacar la basura en horario y ese tipo de cosas. Esas, que ya escasean en los hombres. Pero lo que había empezado en mirar se había convertido en observar –soy conciente de ello aunque duela- y hay un gran paso entre esas dos acciones. Nunca lo había visto caminar de noche por el barrio, solo de tarde y siempre en dirección hacia donde tomaba el colectivo. Su rutina, ir y venir al trabajo. Más, no.
Alguna vez pensé, al saludarlo, en comenzar alguna conversación, claro, con alguna pregunta tonta o algo por el estilo, pero sus ojos no me lo permitieron. Lo poco que sabía de el lo sabía por los comentarios poco creíbles de los vecinos. Sabrán ahora comprender –y perdonar- que los datos que di antes, tan llenos de certezas son simplemente rumores.
Más de una vez al caminar por la calle lo vi refugiarse en su casa como si realmente el holocausto hubiese llegado. Siempre pensé en que no quería verme y por eso escapaba. Entonces daba la vuelta y volvía a mi origen.
Así sucedió y sigue sucediendo.
Pero hoy pondré fin a esta ridícula situación, necesito hablar con el, romper esa esfera llamada vergüenza. Esa que jamás dejó que haga algo trascendente en esta vida.
El reloj daba las diez y diez, la noche estaba calma, como cualquier otra noche de otoño. Salí de casa mentalizada, planificando una conversación para no fracasar esta vez, imagine como respondería Pedro -sus ojos llenos de fuego, ablandándose al oír mis palabras- Me vi con el, en su living, un lugar con grandes bibliotecas y escasa luz, los dos bebiendo café al coñac sentados en su sofá.
Tal vez por imaginar todo eso no seguí mi camino habitual, aunque pensándolo bien lo hice concientemente, ya que por donde suelo ir está atestado de perros y al verme pasar ladran descontroladamente. Pensé que al llegar en silencio y doblar en la esquina, encontraría a Pedro, tranquilo, fuera de su casa, con el Jockey largo suave entre sus labios.
Pero fallé en mi decisión, definitivamente no fue una buena idea.
Ahora entiendo las reacciones de Pedro. ¡Que gran error Dios mío!, ya no puedo escapar, ya no puedo hablar con el, es demasiado tarde.

_Hoy fue superior a las demás noches. Salí como siempre a la vereda y encendí un cigarrillo. Reinaba una paz de cementerio en el aire, los perros no aullaban como antes, y tal vez fue eso lo que me tranquilizo, o quizás no.
Pité fuertemente, en el mismo segundo en que la punta del cigarrillo quedaba de un naranja asombroso, escuché el sonido más horrible de mi vida, y no eran esas voces. Ya no eran esas voces atroces, de antes. Un grito seco de dolor, y acto seguido los perros. Arrojé el cigarrillo y empuje con todas mis fuerzas la puerta, cerré con llave y esta vez corrí hacia la ventana del living. Silencio, absoluto silencio nuevamente. Hasta los perros habían callado sus quejas. De repente volví a escuchar esas voces, tan horrendas como siempre pero esta vez distinguí más de tres tonos, estaba seguro, y ahora como que cantaban y batían sus palmas, creando así un ritmo de danza diabólica, la cual creo haber escuchado en otro sitio. Sentí como se alejaban, felices, se alejaban. Cada vez más tenue el canto, así hasta desaparecer. Y fue en ese preciso momento donde supe que ya nada podía pasarme. Se habían ido, esas voces se habían escapado de aquí.
Ahora podría visitar sin riesgos a la mujer de la vuelta, y vaya uno a saber, quizás hasta podía invitarla a beber una copa de café al coñac, en el living y con la luz baja, por supuesto.



La esquina maldita. (El periodismo)

Diario local. 12 de Agosto de 2004.

Policiales.

Asesinaron a una mujer a puñaladas.

Aproximadamente a las 23:00 horas fue hallada sin vida una mujer de 26 años de edad aproximadamente, en la ciudad de Paraná. El suceso tuvo lugar en la esquina de Lechiguanas y Bartolomé Zapata.
El aviso fue dado por una vecina de dicha zona que se comunicó con la policía ya que adujo extraños movimientos.
Al llegar la policía al sitio encontró el cuerpo sin vida de la joven. Según fuentes confiables la mujer había sido asesinada tras varías puñaladas a la altura del abdomen.
La policía le comunicó a nuestro diario que no encontraron rastros del asesino y tampoco hubo testigos.


Revista Cinacro. 12 de Agosto de 2004

¿Sectas en Paraná?

Llegué al lugar del hecho minutos después que la policía. Lo primero con lo que mi vista topó fue con la escena del crimen. En otro momento u otro asesinato hubiera llamado mi atención el gran despliegue de la policía –había que detenerse a contar para saber cuantos móviles había-, la ausencia de curiosos, ya que estos miraban desde sus puertas -los más arriesgados- y los percatados desde sus ventanas. Se respiraba una especie de fobia. El aire era denso y las caras de los oficiales no disimulaban el temor.
Juro que jamás cubrí algún caso así. Y lo mismo parecía pasarles a mis colegas arrinconados tras un auto de la policía, azorados, sin atreverse a preguntar nada.
El reloj marcaba las 00:30. La ciudad de Paraná despertaría con una trágica noticia. Una mujer de tan solo 21 años hallada sin vida, violada y golpeada en un tranquilo barrio de la ciudad.
La habían matado en la primera puñalada, ya que fue certera y directamente al corazón, pero había marcas en su cuerpo que demostraban más de dos cuchillos. Por lo cual tomarían vida dos hipótesis. La primera y más admisible, fueron más de dos personas la que la atacaron. Y la segunda, que quien la haya atacado uso más de dos cuchillos para crear pistas falsas y desviar la investigación.
Lo cierto es que la victima recibió setenta y siete puñaladas en su pecho en no más de un minuto y medio. Después de muerta fue violentamente golpeada en la cabeza y por último para concluir un acto de vulgaridad y decadencia humana fue violada. No contentos con eso –se dice- que el o los asesinos se fueron cantando y rezando.
Con respecto al sospechoso o los sospechosos nada se sabe. Se habla de una secta satánica que no pertenece a la ciudad, la cual estaba de retiro espiritual en Paraná. Otros afirman y culpan directamente a una banda de darks, que lleva el nombre de “infierno eterno”. Y por último se llego a hablar de un vecino del barrio, el cual sufre de trastornos psicológicos graves. Se dice que se lo vio ingresar a u su propiedad a la hora del crimen con desesperación y a gran velocidad.
Un crimen más. Uno más a la lista. Y decían que Paraná era tranquilo...

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